Lo
decía Rodríguez Rivero en su último artículo para Babelia. La Semana Santa es
ideal para ponerse al día con la inagotable lista de lecturas pendientes; para
intentarlo, al menos. Como además una anda un tanto convaleciente y toca, de
momento, tomárselo con calma, ha tenido más tiempo del acostumbrado para leer,
leer y leer... y, como es de recibo, aquí vengo a darles cuenta de ello.
Siguió a la ya reseñada Tren a Pakistán la muy hermosa y más que
lírica El niño perdido de Thomas
Wolfe, en la que desde distintas perspectivas -aquí la de su hermano menor,
allá la de su hermana mayor, acullá la de su madre- se aborda el terrible
tópico de la inmatura mors de Grove,
hijo y hermano modelo por su madurez, ternura, inteligencia y laboriosidad,
fallecido de tifus a la tierna edad de 12 años. La narrativa de Wolfe
trasciende, eso sí, la actualización y concreción del tópico y, más allá de la
terrible anécdota, ofrece párrafos y párrafos de belleza singular, un tanto
densos, eso sí, preñados de eso que en las clases de crítica literaria que en
el mundo están denominan epifanías.
En el otro extremo del
espectro narrativo, a mitad de camino entre el diario de campaña, la novela
policíaca y el diálogo socrático, se halla la estupenda Los mártires de Pyongyang, del coreano-americano Richard E. Kim,
cuyo primer mérito definiremos privativamente. Pese a ser una novela de
ambiente bélico, no se ocupa de las Guerras Mundiales. Se ambienta, en cambio,
en la un tanto ignorada guerra de Corea y se ocupa de las vicisitudes del joven
capitán Lee, encargado de investigar el secuestro y la ejecución de una docena
de sacerdotes cristianos por el ejército comunista. Cuando una se dispone a
leer un noir bélico, la noticia de la
supervivencia de uno de los sacerdotes provoca un viraje de la peripecia y se
plantea el conflicto real, el que se da entre la Verdad con mayúsculas, la “verdad”
oficial del ejército surcoreano y la que sirve a los intereses proselitistas y
apologéticos de la Iglesia. Firmemente asentado en el primero de estos tres
vértices, el capitán Lee ve cómo se tambalean sus principios, al tiempo que la
ciudad de Pyongyang se viene abajo; y nosotros con él, claro está. Lean,
lean...
Mención aparte merece la
novela gráfica Café Budapest, del
paisano Alfonso Zapico, que con algo de retraso leo merced a la insistencia de
buena parte de mis compañeros. El trabajo de Zapico con el lapicero es ciertamente
magnífico y la historia del joven violinista judío huido de la Hungría de
posguerra al recién nacido Israel -de Guatemala a Guatapeor, vaya- engancha,
sin duda. No obstante, desde aquí reconozco que, en mi opinión, este formato
narrativo da lugar a historias por lo general un tanto planas. Pero vean, vean...
Merece la pena.
Como también merece la
pena, y aquí termino por hoy, el maravilloso documental que, bajo la dirección de
Malik Bendjelloul, se ocupa del olvidado y maldito Sixto Rodríguez,
desaparecido de la escena tras dos discos magníficos que nadie compró y, según
cuentan, un espectacular suicidio sobre el escenario. Sí, hablamos de Searching for Sugar Man (2012), que
todos Vds. deberían estar viendo ya si quieren descubrir a un músico soberbio y
a un hombre de esos que reconcilian con el género humano y emocionarse con una
historia que pone la piel de gallina y le planta a una una sonrisa de oreja a
oreja. No se la pierdan, por favor.
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