sábado, 19 de abril de 2014

EL NIÑO PERDIDO (THOMAS WOLFE) & LOS MÁRTIRES DE PYONGYANG (RICHARD E. KIM) et alia



Lo decía Rodríguez Rivero en su último artículo para Babelia. La Semana Santa es ideal para ponerse al día con la inagotable lista de lecturas pendientes; para intentarlo, al menos. Como además una anda un tanto convaleciente y toca, de momento, tomárselo con calma, ha tenido más tiempo del acostumbrado para leer, leer y leer... y, como es de recibo, aquí vengo a darles cuenta de ello.  
Siguió a la ya reseñada Tren a Pakistán la muy hermosa y más que lírica El niño perdido de Thomas Wolfe, en la que desde distintas perspectivas -aquí la de su hermano menor, allá la de su hermana mayor, acullá la de su madre- se aborda el terrible tópico de la inmatura mors de Grove, hijo y hermano modelo por su madurez, ternura, inteligencia y laboriosidad, fallecido de tifus a la tierna edad de 12 años. La narrativa de Wolfe trasciende, eso sí, la actualización y concreción del tópico y, más allá de la terrible anécdota, ofrece párrafos y párrafos de belleza singular, un tanto densos, eso sí, preñados de eso que en las clases de crítica literaria que en el mundo están denominan epifanías. 

En el otro extremo del espectro narrativo, a mitad de camino entre el diario de campaña, la novela policíaca y el diálogo socrático, se halla la estupenda Los mártires de Pyongyang, del coreano-americano Richard E. Kim, cuyo primer mérito definiremos privativamente. Pese a ser una novela de ambiente bélico, no se ocupa de las Guerras Mundiales. Se ambienta, en cambio, en la un tanto ignorada guerra de Corea y se ocupa de las vicisitudes del joven capitán Lee, encargado de investigar el secuestro y la ejecución de una docena de sacerdotes cristianos por el ejército comunista. Cuando una se dispone a leer un noir bélico, la noticia de la supervivencia de uno de los sacerdotes provoca un viraje de la peripecia y se plantea el conflicto real, el que se da entre la Verdad con mayúsculas, la “verdad” oficial del ejército surcoreano y la que sirve a los intereses proselitistas y apologéticos de la Iglesia. Firmemente asentado en el primero de estos tres vértices, el capitán Lee ve cómo se tambalean sus principios, al tiempo que la ciudad de Pyongyang se viene abajo; y nosotros con él, claro está. Lean, lean...


Mención aparte merece la novela gráfica Café Budapest, del paisano Alfonso Zapico, que con algo de retraso leo merced a la insistencia de buena parte de mis compañeros. El trabajo de Zapico con el lapicero es ciertamente magnífico y la historia del joven violinista judío huido de la Hungría de posguerra al recién nacido Israel -de Guatemala a Guatapeor, vaya- engancha, sin duda. No obstante, desde aquí reconozco que, en mi opinión, este formato narrativo da lugar a historias por lo general un tanto planas. Pero vean, vean... Merece la pena.


Como también merece la pena, y aquí termino por hoy, el maravilloso documental que, bajo la dirección de Malik Bendjelloul, se ocupa del olvidado y maldito Sixto Rodríguez, desaparecido de la escena tras dos discos magníficos que nadie compró y, según cuentan, un espectacular suicidio sobre el escenario. Sí, hablamos de Searching for Sugar Man (2012), que todos Vds. deberían estar viendo ya si quieren descubrir a un músico soberbio y a un hombre de esos que reconcilian con el género humano y emocionarse con una historia que pone la piel de gallina y le planta a una una sonrisa de oreja a oreja. No se la pierdan, por favor.

Trailer


lunes, 14 de abril de 2014

TREN A PAKISTÁN (KHUSHWANT SINGH)



Casi al final de Tren a Pakistán, razona Iqbal, inerte intelectual, que contra el Mal y el Caos no suele resultar efectivo un manguerazo de moralidad ni el anónimo sacrificio individual y resulta, en cambio, más útil unirse a la confusión y asegurar la supervivencia. Como refutación de tal asunción, sensata, cínica o cobarde, júzguenlo Vds., funciona el magnífico acto final del otro héroe de esta historia, el ladrón pendenciero Jugga. Y hasta aquí puedo leer... No voy a estropearles el final de esta estupenda novela del recientemente fallecido Khuswant Singh, ambientada en 1947 en una aldea fronteriza del Punjab, justo después de que la pérfida Albión renunciara a su “joya de la corona” y de que la rapiña y condescendencia de los amos ingleses diera paso a la intolerancia religiosa, cuando el Indostán se separó en el Pakistán musulmán, de un lado, y la proteica India, de otro. Sí señalaré, no obstante, que esta historia es una muestra más de que el final de un mal no supone necesariamente un bien y subrayaré, asimismo, que es un perfecto ejemplo de novela bien trabada, con personajes auténticos y bien definidos, magníficas descripciones ambientales, una trama bien armada, emoción y, pese a la ignorancia, brutalidad y violencia recreadas -no en vano, hay lugar en ella para el asesinato y un par de trenes de la muerte-, ironía y humor a raudales. La madre patria obligaba. ¿O no? En cualquier caso, Vds. lean.