Se lo reconocía el otro
día a un compañero de biblioteca, con el que catalogo cada vez menos y me río
cada vez más: “Tengo debilidad por el Bildungsroman”.
Y como novela de formación se presenta El
hijo del desconocido de Alan Hollinghurst, cuyo primer capítulo, mil veces
leído pero no por ello tópico, se ocupa de la fascinación y atracción que el
carismático Cecil Valance ejerce sobre un tanto apocado George Sawle y su
hermana Daphne.
Sin embargo, justo
cuando una se prepara para leer acerca de los desengaños y decepciones que la
vida ha de depararle al joven George, el foco alumbra a Daphne unos años
después, a quien se nos presenta como novia-viuda retrospectiva del voluble
Cecil y esposa de su tiránico hermano menor, con quien tiene ya dos hijos:
Corinna y Wilfred. Un nuevo salto temporal nos lleva a conocer a Paul, anodino empleado
de banca, a quien un absurdo accidente lleva a desarrollar una obsesión un tanto
enfermiza por Cecil Valance, de quien una década después se erige en biógrafo
tan desastrado como audaz. Novio temporal del citado Paul es el brillante Peter
Rowe, que se gana la vida como profesor de música en un internado sito en
Corley Court, antigua residencia de los Valance, y toca el piano con Corinna.
Si se han perdido, no se
preocupen. Varias han sido las veces en que quien desde aquí les habla ha
tenido que pararse y trazar un árbol genealógico que guiara la lectura. Y no
hay aquí crítica alguna. El hijo del
desconocido puede, en efecto, frustrar las expectativas como novela de
formación -aunque como tal podría leerse la trayectoria de Paul- pero sus
saltos en el tiempo, que acaban por abarcar todo el siglo xx y parte del xxi, y sus cambios de foco hacen avanzar la trama y
mantienen en vilo al lector, deseoso de saber quién era el destinatario real
del poema que, bajo el título de “Dos Acres”, Cecil escribe al comienzo de la
novela. No es fácil dado el arco temporal y el amplio elenco del drama. Si una historia
de tal calado viene además acompañada de una prosa redonda y sobria, una no
puede dejar de celebrar El hijo del
desconocido como una magnífica novela y de recomendarles, faltaría más, que
lean, lean...