domingo, 18 de agosto de 2013

LA BUENA NOVELA (LAURENCE COSSÉ)



La integridad del conflicto que vertebra y hace funcionar La Buena Novela de Laurence Cossé se reduce a una simple cuestión, razón de ser de todos los manuales y clases de crítica literaria que en el mundo son y han sido: ¿se pueden objetivar los criterios que determinan la calidad literaria? o, más bien, ¿la cualidad de buena o mala de una novela viene determinada tan solo por el gusto del público y de gustibus, ya se sabe, non disputandum? Quien desde aquí les escribe se inclina, faltaría más, por la primera opción, aunque reniega de la distinción ficticia establecida entre buena literatura, Literatura con mayúsculas, y literatura popular. Como en un momento dado de esta historia argumentan los anónimos enemigos de La Buena Novela, Dumas y Dickens fueron, ante todo, autores populares y nadie cuestiona su lugar en la Historia de la Literatura. O dicho de otra manera: que un libro guste a la mayoría de la gente no significa necesariamente que sea malo y vulgar. 

Sí es cierto, sin embargo, que cada vez resulta más difícil hacerse, sin recurrir a red de redes, con títulos que no pertenezcan a los dictados de la actualidad y del mercado, por más que un puñado de valientes editoriales y librerías independientes resistan los embates de los tiempos y nos doten de fondo editorial a los happy few que supuestamente somos. 



Conscientes del Zeitgeist Van y Francesca, protagonistas de esta historia, abren en París una librería, de título más que significativo, La buena novela, cuyos fondos son ajenos a las novedades, a la rentrée, a los concursos literarios y a los gustos más comunes. Los únicos requisitos que deben cumplir los libros vendidos en tan singular librería es que sean novelas y además buenas. Y volvemos al principio, ¿qué hace que una novela sea buena? En esta historia, al menos, el criterio no explicitado de un comité anónimo, aunque no lo bastante, de ocho escritores que anualmente seleccionan los títulos, en su mayoría francófonos, que, según creen, deben venderse en La Buena Novela y recuperarse así para el mundo. No lo bastante anónimo, digo bien, pues, tal y como se nos informa en el magnífico arranque de esta historia, iniciada in medias res, cuatro de los miembros del comité han sufrido alarmantes atentados. 

La Buena Novela se inicia, en efecto, como una comedia negra y sofisticada, muy francesa, y es una pena que la autora no haya explotado más las posibilidades narrativas del punto de partida. La revelación final del villano/s resulta, de hecho, de lo más descafeinada e irrelevante porque, para empezar, es la primera vez que es mencionado, para seguir, porque por el camino Laurence Cossé se ha ocupado más de una historia de amor un tanto banal y de identificar, consciente o inconscientemente, la ética con la estética. Esta última es, de hecho, la mayor tara de esta historia, su maniqueísmo. Y es que los exquisitos clientes de La Buena Novela, dotados de buen gusto literario, son más corteses, discretos y educados que los que compran en otras librerías. No les importa guardar cola, vaya, llega a decir en un momento el narrador de la historia. En fin... No me malinterpreten. No se trata de renunciar a la excelencia por miedo a parecer elitistas y librerías como La Buena Novela son más que necesarias y deseables en este yermo cultural en el que vivimos pero el tocino nada tiene que ver con la velocidad y esta historia, muy digna y entretenida, lo habría sido mucho más si su autora se hubiera dejado llevar por el humor negro que traslucen sus primeros capítulos.

lunes, 12 de agosto de 2013

EL PRESTAMISTA (EDWARD LEWIS WALLANT)



Les dejaba el otro día por aquí tres aproximaciones narrativas a la muerte, bien distintas en tono y formato, y vuelvo hoy a insistir en asunto tan poco festivo y vacacional a propósito de El prestamista de Edward Lewis Wallant, cuyo envío agradezco, como siempre, a los amigos de Libros del Asteroide. 

Es esta una novela honda y sombría protagonizada por Sol Nazerman, el epónimo prestamista del título, que regenta una tienda de empeños en Harlem en la que consume inerte sus días, asqueado como está de la clientela que la frecuenta -aquí una prostituta enamorada, allí un pedófilo con ínfulas intelectuales o un policía corrupto- y de la familia con la que convive y a la que sustenta. Es este asco visceral, casi físico, la única emoción que se permite Sol, convencido como está de ser un muerto en vida y de haberse dejado el alma, la humanidad y parte del cuerpo en los campos de exterminio polacos a los que sobrevivió. Una y otra vez reduce su propio yo a las exigencias del milenario estereotipo judío y se pregunta cuántas veces puede morir un hombre.

La vida, sin embargo, se abre paso, aun de manera brutal, y la proximidad del aniversario de la muerte de su mujer y sus hijos a manos de los bárbaros nazis, el acercamiento amable de una nueva vecina y la certeza de las prácticas conspiratorias de su aprendiz, entre otras causas, lo someten a un tormento físico y mental de proporciones bíblicas veterotestamentarias que pone a prueba también la resistencia del lector. No es esta una novela cómoda, no, sino de las que hacen que una se remueva inquieta y se pregunte impaciente cuándo y cómo logrará el descanso eterno el pobre Sol. Así que, aunque la recomendación es, por supuesto, que lean, lean... elijan un buen momento y ármense de valor, porque El prestamista le encoge a cualquiera el alma.



martes, 6 de agosto de 2013

MEMENTO MORI (MURIEL SPARK)



Con una diferencia de apenas dos días veo Amor de Haneke y termino de leer Memento mori de Muriel Spark, dos aproximaciones narrativas bien distintas a la mayor de las certezas humanas, la de la propia extinción. Es la primera una acongojante -y magnífica- disección, desprovista de cualquier tipo de afectación o sentimentalismo, de la vejez, la enfermedad y la muerte. Esta última se presenta, de hecho, como una liberación deseable del dolor, la locura, el deterioro, la frustración y miserias corporales varias.


En la novela de Muriel Spark, sin embargo, el enfoque es bien distinto. No podía ser de otra manera. La aspirante al título de irónica entre irónicos nos presenta de inicio una historia de corte policíaco en que un grupo de jubilados recibe anónimas llamadas telefónicas que les recuerdan la inminencia de su final (“Recuerda que vas a morir”, de ahí el latinajo del título) pero la investigación -que no llega nunca a ser digna de tal nombre- se vuelve pronto mero Macguffin que sirve para que los indefensos ancianitos se revelen como envidiosos, adúlteros, ruines e implacables chantajistas. De hecho, la identidad de la cambiante y misteriosa voz al otro lado del teléfono no acaba de desvelarse del todo, aunque una curiosa hipótesis es formulada por Jean Taylor, antigua dama de compañía y personaje más lúcido de toda la novela. Aquí lo dejo. Vds., sin embargo, lean. Lean y diviértanse con otra magnífica novela de Muriel Spark.


Aprovecho además la ocasión para dejarles por aquí la descacharrante interpretación que de El sentido de la vida hicieron hace ya un tiempo los Monty Python. No se la pierdan.