Mucho
es lo que ha llovido desde que Henry Roth pusiera en negro sobre blanco los
problemas de adaptación de la primera generación de judíos llegados al Nuevo
Mundo procedentes de Europa Oriental; un largo camino de hitos con nombres señeros
como los de Malamud, Bellow y, sobre todo, Roth, Philip Roth. Una gran deuda con
la obra de este último es la que ha contraído Shalom Auslander con su gamberra Lamentaciones de un prepucio, publicada
en España por Blackie Books hace ya un par de años y ¡al fin! leída por una
servidora el pasado mes, aunque, claro está, no tuve tiempo de contárselo en su
momento. Desde la temprana Goodbye,
Columbus! hasta la muy tardía Indignación,
pasando, por supuesto, por El lamento de
Portnoy, no hay duda de que Auslander ha leído y asimilado a Roth antes de
narrar las gamberras y descacharrantes desventuras de su propio “yo”, criado y
educado en una familia y yeshiva ultraortodoxas.
Como los héroes de Roth, Auslander se debate entre la lealtad a una familia solícita
pero castrante y la frustrada necesidad de emanciparse de un Dios vengativo y
cruel, bromista y cabrón como pocos. Como muestra, unos cuantos botones sacados
lo mismo del Antiguo Testamento que de la propia peripecia vital, con los que
el autor demuestra que el humor no está excluido de la literatura seria y que
ésta, si de verdad quiere serlo, no puede andarse con miramientos ni tapujos
morales y convencionales. Así que ya saben... lean, lean...
La estancia oscura (The Dark Chamber, 1927) de Leonard Cline
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La estancia oscura a la que alude el título es la desmemoria. O el
sueño reparador. La desconexión necesaria para mantenerse a este lado de la...
Hace 2 semanas