A estas alturas de la
partida -o de curso, más bien- empieza a parecer imposible lograr cualquier
tipo de continuidad en esta esquina y poder empezar un post cualquiera sin disculparme. El caso es..., ya estoy otra vez,
que sigo leyendo. Simplemente no tengo tiempo para contárselo. He pasado las
últimas dos semanas, de hecho, devorando la magnífica Una reina en el estrado de Hilary Mantel, secuela de En la corte del lobo, sobre la que
podrán leer en el número del inminente mes de abril de Qué Leer. Por cierto que
ya está disponible en la web de esta revista el artículo que una servidora
firmó sobre Una vacante imprevista de
J. K. Rowling, que, si no recuerdo mal, no les había traído aún. Aquí les dejo
el enlace junto con la recomendación de que se dediquen a Mantel, antes que a
Rowling, si les da por las damas inglesas.
Centrémonos, sin
embargo, en otra dama de las letras inglesas, americana en este caso, a la que
llego, por desgracia, demasiado tarde: Ursula K. Le Guin y las dos primeras
entregas de sus Historias de Terramar
(Un mago de Terramar y Las Tumbas de Atuan). Demasiado tarde,
sí, porque uno debería penetrar en su mundo acuático, misterioso y místico de
hechiceros, sacerdotisas, dragones y lenguas primigenias cuando aún no ha
perdido del todo la inocencia como lector y es capaz de seguir adelante en la
trama dejando a un lado las taras de su narrativa. Por ejemplo, su
esquematismo. No me malinterpreten. Saben Vds. de sobra que soy acérrima
defensora de la sencillez y recordarán probablemente lo que opiné en su momento
de la plomiza y más que cargante El nombre del viento de Patrick Rothfuss.
Sin embargo, Un mago de Terramar y, sobre todo, Las Tumbas de Atuan habrían necesitado
un desarrollo mayor. Resultan planas y se resuelven de manera apresurada. Es
más, Las Tumbas de Atuan resuelve el
conflicto casi al mismo tiempo que lo plantea, en el último tercio de la
novela, coincidiendo con la aparición de Ged, un viejo conocido. Hasta entonces
lo único que se nos presenta son páginas y páginas de ritos y ceremonias y, lo
que es peor, de oscura geografía laberíntica: dos recodos a la izquierda,
primera bifurcación a la derecha... que
esta lectora reconoce haber leído por compromiso y sin prestar demasiada
atención.
La entrega inaugural,
sin embargo, goza de todos los ingredientes para ser objeto de una lectura ágil
-y no demasiado crítica-, una lectura adolescente, vaya. Así que yo se lo
recomendaré a mis benjamines letraheridos, fanáticos todos ellos de Laura Memorias de Idhun Gallego y de George R.
Juego de Tronos Martin. Puede, incluso, que deje mi ejemplar de Historias de Terramar en algún rincón
del valle como parte de nuestro Bookcrossing particular. A ver si hay suerte y
se hace con él alguien más joven. A mí me ha llegado demasiado tarde.