“Y la señora Ramsay suponía que todo el mundo tenía siempre aquella sensación de recursos ilimitados; todos, uno tras otro, ella misma, Lily, Augustus Carmichael, tenían que comprender que nuestra apariencia, las cosas por las que se nos conoce, son simples chiquilladas. Por debajo, todo está oscuro, todo se extiende, todo es insondablemente profundo; pero de cuando en cuando salimos a la superficie y por eso se nos conoce.”
Al faro
Virginia Woolf
Leo estos días críticas que subrayan la dificultad que entraña la lectura de El gran mundo de David Malouf. Se amparan, con razón, en su aridez, en la profunda introspección de sus personajes y, sobre todo, en las frecuentes rupturas de su linealidad. Es El gran mundo una novela exigente, es cierto. Mejor que bien lo escribe Antonio Lozano en su inteligente crítica para el número de abril de Qué Leer. Pero no es menos cierto que esas trabas a la lectura, llamémoslas así, son, si bien se mira, virtudes de esta novela. Y no pequeñas, por cierto. Tomemos los saltos temporales, por ejemplo. No son gratuitos ni fruto de un afán de su autor por deslumbrar en lo formal. Son, en realidad, resultado de los abundantes cambios de foco y de perspectiva que nos llevan de aquí hasta allí y de nuevo de vuelta con asombrosa fluidez y naturalidad. Tan pronto nos hallamos con Digger como con Vic o cualquiera de sus parientes.
En lo que hace al contenido, podría parecer que esta es una historia más de amistad incondicional forjada en el terrible infierno de la guerra. Yo misma experimenté cierto cansancio cuando creí intuir los derroteros que iba a seguir la historia tras la captura de Digger y su pelotón por los japoneses. Me equivoqué, por fortuna, pues lo típico y lo tópico son encarnizados enemigos de la Literatura. La de Digger y Vic no es una amistad al uso. Ni siquiera se caen especialmente bien, de hecho. Les une, sin embargo, un vínculo especialmente poderoso. Se conocen de verdad. En condiciones y circunstancias extremas el hombre es capaz de lo mejor y de lo peor y de ambas cosas han sido capaces Digger y Vic, Vic y Digger, en presencia del otro. Y frente a lo que pudiera parecer, esto no es nada frecuente; al contrario, es excepcional. Raramente salimos a la superficie tal cual somos, que diría la Señora Ramsay de Virginia Woolf, toda una maestra de la introspección, por cierto. Y haberlo hecho ante otro, para bien o para mal, puede dar sentido a una vida. Pues, como comprende Vic ya cerca del final,
“¿Qué sentido tiene ser, aparte de ser conocido?, se preguntó. El éxito de Pa lo había hecho feliz, igual que a todos, pero en realidad nunca había llegado a leer los libros. Y tendría que haberlo hecho. Se había perdido algo que Pa intentaba decir y que otros habían escuchado, algo que quizá había escrito precisamente para él.”
El gran mundo
David Malouf
Así que, por supuesto, lean. Aunque les cueste, lean.