“Cuado Hubble mostró a una dama de Inglaterra que estaba de visita sus placas de las galaxias a millones de años luz, ella exclamó con voz entrecortada: “¡Qué aterrador!” Hubble replicó: “Sólo al principio. Luego reconfortan. Sabes que no tienes nada de que preocuparte. Nada en absoluto.”
El libro de la venganza
Benjamin Taylor
¡Ay, los misterios de la percepción humana! Leo el argumento de El libro de la venganza de Benjamin Taylor y les aseguro que me da la impresión de haber sido diseñado por el mismísimo Philip Roth:
“El protagonista de dicha aventura es Gabriel Geismar, hijo de un severo rabino y joven dotado de una prodigiosa mente matemática. Gabriel deja atrás la ciudad donde creció, Nueva Orleans, no sin antes perder su virginidad, y se va a estudiar a la Universidad de Pensilvania. Allí conoce a los hermanos gemelos Danny y Marghie, cuyo padre es el legendario físico Gregor Hundert. Gabriel cae rendido ante los encantos y la sofisticación de la familia Hundert, que a partir de ese momento adopta como propia. Desde entonces, la suerte de Gabriel queda ligada para siempre al sino de los Hundert.”
Metan en una coctelera Goodbye, Columbus, a cualquiera de los Zuckermanns atormentado por el peso de la figura paterna, Indignación y, ¿por qué no?, una pizca del aliento épico de su Pastoral Americana. El resultado será, mutatis mutandis, algo muy parecido a este Libro de la venganza. Y, sin embargo, el propio Roth la ha ensalzado como “una de las novelas más originales que he leído recientemente”. ¿Es que no se ha reconocido a sí mismo el maestro de Newark? ¿Dónde se halla esa originalidad que él le atribuye? Sin duda, no en el argumento, que, por más que aquí aparezca tamizado por la deuda con Roth, no deja de ser la universal historia de iniciación a la vida. Gabriel Geismar es uno de los últimos en una nómina de ilustres de la que forman parte Hans Castorp, Charles Ryder o Peter Levi, entre otros.
Pero no es este, según lo veo yo, el punto flaco de este libro. De hecho, el punto de partida está muy próximo al de muchas historias que hemos ensalzado por aquí. Lo que chirría en este Libro de la venganza es algo más básico: su prosa. Lo de juzgar la prosa de un libro por su traducción viene a ser como juzgar el trabajo de un actor a partir de una versión doblada. Hay que ir con pies de plomo. Pero lo cierto es que, ya la novela, ya su traducción, parecen escritas a trompicones, con momentos verdaderamente notables (uid. supra) y otros que no están a la altura, plagados de repeticiones, diálogos confusos casi imposibles de seguir y sorprendentes errores de bulto como el que aquí les dejo. Juzguen Vds. mismos:
“Y, sin embargo, sólo en la Vía Láctea hay suficientes estrellas para que, con que una de cada cien gire alrededor de un planeta como el nuestro, haya más de diez mil millones de lugares como la Tierra en la galaxia.”
(ibid.)
Sic. Si Galileo levantara la cabeza...