En un momento dado de la
primera temporada de Orange is the new
black (OITNB), la entonces protagonista Piper Chapman mantiene un poco
probable debate teológico con la peligrosa redneck
Pensatucky y cita como argumento de autoridad en defensa de su ateísmo a
Christopher Hitchens, para añadir a continuación “aunque creo que podía ser un
poco gilipollas”. Puede parecer una referencia sorprendente en un guion de
televisión. Lo es, no hay duda, por mucho que OITNB sea uno de los pesos pesados de Netflix, que no se deba a la
publicidad, y que sea una serie que, desde el principio, ha confiado en la
inteligencia y referencias culturales de su público. Y lo es, también, por su
osadía. Pero no deja de ser cierto que, si uno ha leído a Christopher Hitchens,
del que hace un año reseñamos por aquí su Dios
no es bueno, puede muy bien llevarse la impresión de que era alguien cuyas posiciones,
dada la erudición y lo cabal de sus razonamientos, merece la pena conocer, pero
que estaba -¿cómo decirlo?- encantado de haberse conocido.
Puestos a leer una
autobiografía, uno agradece, por supuesto, que el autor sea honrado y sincero y
no hay pero que objetarle a Hitchens en este sentido. Él mismo reconoce en no
pocas ocasiones, desde el mismo subtítulo de la obra, las contradicciones de su
trayectoria intelectual. Y en esa “doble contabilidad”, como él dice, se alegra
de ser elegido para leer en las ceremonias religiosas de su internado, pese a
lo temprano de su ateísmo; reconoce la eficiencia de la, por lo demás, odiada Margaret
Thatcher; o admite que cometió un error al infravalorar de inicio los peligros
de un Saddam Hussein, al que posteriormente insistió que había que derrocar en
cualquiera de los casos, tuviera o no armas de destrucción masiva.
Sin embargo, dada su
ambivalencia, se muestra en exceso arrogante a la hora de juzgar los -dice él- errores
de los demás. Con la salvedad, quizá, de Martin Amis, por quien tenía un afecto
casi incondicional, y, en menor medida, de Salman Rushdie -el capítulo sobre la
fatwa es uno de los mejores del libro- y Susan Sontag, nadie escapa a su dedo acusador,
a su hoguera, desde el profesor de Oxford que invita a un conferenciante que no
debía hasta Edward Said o Noam Chomsky. Se agradece, eso sí, que, aunque ello
le haya valido acusaciones de haber derivado hacia la derecha, se muestre
crítico con esa izquierda que durante los años ’60 tanto tardó en reconocer los
errores y horrores del régimen soviético y que más recientemente se mostró un
tanto blanda e inocente respecto al conflicto en los Balcanes o el Golfo.
En cualquier caso, pese
a sus excesos y contradicciones, o precisamente por ellos, no cabe duda de que merece
la pena saber lo que pensaba, y cómo lo pensaba, Christopher Hitchens. Lean,
lean.
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