Hace
años que insisto por aquí en que el buen escritor no se anda con remilgos,
escrúpulos o piedad para con sus personajes y su historia y hace mucho que
saludo como referente en este sentido a Philip Roth. De hecho, el autor de Pastoral Americana, todo Zuckermann o,
por supuesto, El mal de Portnoy, ha
sido acusado en repetidas ocasiones de antisemita y misógino, acusaciones que,
afortunadamente, no parecen haberle afectado más que para insistir en aquello
de “¡es ficción!” y que una cosa es el personaje y narrador y otra bien
distinta el autor.
En cualquier caso, no
hay duda de que, puestos a escribir, el genio de Newark no se detiene ante
pilar ninguno, ya se trate de la familia, la religión, el sexo, Lindbergh, o,
en este caso, esa ballena blanca que es la gran novela americana y, por
supuesto, el béisbol. Muestra evidente de su más que cáustico sentido del humor
es que se haya atrevido a intitular así, como La gran novela americana, una descacharrante sátira dedicada al
deporte nacional, tan dado a historias nostálgicas y crepusculares como The Natural de Malamud o, ¿por qué no?, Shoeless Joe de Kinsella.
Nada que ver con La gran novela americana, presentada como
la novela histórica escrita por Smitty, un anciano periodista deportivo que
agota sus últimos días en un asilo narrando entre aliteración y aliteración la
muy inverosímil historia de la Liga Patriótica, la de los muy patéticos Mundys
-eterno farolillo rojo de la misma y parada de los monstruos- y la de su aun
más patético e inverosímil final, ligado a una imposible conjura comunista o,
más bien, a las acciones del comité de actividades antiamericanas. Y entre la
brutal sátira de Melville, Twain y, sobre todo, Hemingway del comienzo y la
delirante carta final a Mao, Roth arremete contra todo y todos, desde los
ídolos de pies de barro hasta la épica insustancial de las narraciones
periodísticas, pasando por los salones de la fama, los partidos amañados y hasta
los supuestos desayunos de campeones.
Es cierto que, por una
vez y sin que sirva de precedente, quizá haya que darle la razón a la Academia
Sueca y haya compuesto Roth una historia muy local, demasiado exótica para los
legos del béisbol, pero no lo es menos que el triunfo de toda parodia depende,
necesariamente, del conocimiento de lo parodiado y que si, como una servidora,
conocen los entresijos de este deporte al que tantas tardes dediqué tiempo ha
en el parque, se lo van a pasar estupendamente. Así que ya saben, lean, lean...
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