domingo, 2 de noviembre de 2014

EL MURMULLO (MILO J. KRMPOTIĆ)



Publicaba  hace unos años Milo Krmpotić “Tan solo una sombra”, una perversa y posmoderna revisión del Peter Pan de Barrie, y lo hacía, no hay duda, con El murmullo en la cabeza. Una lo sabe porque lo conoce pero, aunque por aquel entonces no se hubiera referido con frecuencia al thriller sobrenatural que estaba escribiendo, hay una evidente vinculación entre ambas piezas: la peripecia de la niña desaparecida, sí, pero también la atmósfera de un mal inminente que no es mal sino Mal. Los lectores, ya lo saben, no tienen necesidad alguna de conocer a los escritores.

Es El murmullo una historia de lectura ágil, casi compulsiva, no exenta de complejidad formal. Las voces, como las sombras que acechan el relato, son multitud. La narración en primera persona se encomienda, de hecho, tan pronto a Gloria Casavella, como al bisoño Óscar, su superior Pardo o, lejos ya de la redacción, a una primera persona del plural sin identificar que actúa de convencional narrador omnisciente. También el foco alterna entre la pesadilla de Anabel Prat, raptada por un monstruo en el comienzo mismo del relato, la angustia de su familia, las idas y venidas en la redacción de un periódico en crisis y, sobre todo, los fantasmas y sombras personales que a la tragedia aporta la auténtica protagonista, Gloria Casavella. Este despliegue de recursos no hace, sin embargo, de El murmullo una novela tan exigente como Sorbed mi sexo ni embarullada como resultaba en ocasiones su Historia de una Gárgola -mil perdones, Balial- ni resulta su prosa tan alambicada como en otras ocasiones. En otras palabras, los recursos son los que convienen a una historia, que resulta, por cierto, de lo más desasosegante, no solo porque da pábulo a la violencia enfermiza y a lo irracional, sino porque Milo Krmpotić ha recopilado todos nuestros miedos infantiles y los ha volcado en El murmullo: la presencia fugaz que se insinúa en el reflejo del espejo, la sombra amenazante vuelta armario al encender la luz... Quien desde aquí les habla se lo pensará muy mucho, por ejemplo, antes de volver a mirar debajo de la cama... No se lo pensará nada, sin embargo, a la hora de recomendarles, faltaría más, que lean El murmullo

¡Enhorabuena, Milord!


sábado, 1 de noviembre de 2014

EL SECRETO DE JOE GOULD (JOSEPH MITCHELL)



Dos retratos publicados en el New Yorker con veintidós años de diferencia -1942 y 1964- son los que conforman este volumen, al que confieren unidad la firma de Joseph Mitchell y el objeto de su prosa. Es este último Joseph Ferdinand -Joe- Gould, oveja negra de una familia burguesa de la más rancia Nueva Inglaterra, huido a Nueva York en busca de una vida de escasez o, más bien, penuria, que le permitiera centrar todas sus energías en la consecución de su ambicioso plan: la redacción de una Historia oral de nuestro tiempo

Se ocupan ciertamente ambas piezas de este bohemio de bohemios del Village más bohemio, apodado “el profesor Gaviota” en virtud de su apariencia y, sobre todo, de su pretendida capacidad de comunicarse con tan costeras aves. No obstante, si bien la primera ofrece un retrato más o menos amable y entrañable de este curioso personaje, es la segunda la que, merced, sobre todo, a la revelación del secreto epónimo, humaniza al personaje, pese a que lo pinte como un borrachín megalómano y pagado de sí mismo, capaz en una misma frase de compararse a Edward Gibbon y ratear unos centavos con los que comprarse una cerveza; y también, pese a que haya en esta segunda pieza un mayor espacio para la metanarración o historia de la redacción del artículo. Ya saben Vds. que, al menos cuando de ficción se trata, la explicitación del proceso creativo conduce, las más de las veces, a muy estériles resultados. No es este el caso, sin embargo, sino que, como digo, el segundo artículo de Mitchell es el que mejor sirve a la construcción o, mejor, comprensión, de esa leyenda viva del bullicioso Village que fue Joe Gould.

No se la pierdan.


domingo, 26 de octubre de 2014

TODO LO QUE HAY (JAMES SALTER)



Todo lo que hay es un título tan ambicioso como programático, pues sugiere, desde un principio, afán de totalidad. Y eso es justo lo que ofrece, la suma total de momentos, más o menos trascendentes, que conforman la vida de Philip Bowman, oficial de la Marina en la Guerra del Pacífico y editor de renombre en los glamurosos años de la posguerra estadounidense. Que la peripecia vital de Bowman sea el hilo conductor de esta novela, no obsta, sin embargo, para que se conceda mucho, muchísimo espacio a anécdotas singulares protagonizadas por personajes con una vinculación mínima a la trama principal. Sería este un recurso peligroso en manos de un autor con menos talento o el resultado incluso de una evidente incapacidad de tomar decisiones drásticas -como deben serlo las decisiones- y de mantener el foco en su sitio. En manos de Salter, sin embargo, la acumulación de anécdotas marginales es del todo coherente con lo que promete y ofrece esta magnífica historia enraizada en la mejor tradición narrativa de las barras y estrellas: la vida de un hombre, modelada a partir de una pluralidad de experiencias y encuentros, ora trascendentales, ora insignificantes y dignos, casi, de ser condenados al olvido.
Lean, lean...

sábado, 11 de octubre de 2014

LA CHICA DEL VESTIDO DE TOPOS (BERYL BAINBRIDGE)



Entre cómica y desasosegante resulta esta novela de Beryl Bainbridge, una historia de carretera un tanto absurda protagonizada por la cándida e imprevisible Rose y el muy atormentado Harold, inglesa ella y americano él, con un objetivo común: encontrar al escurridizo y casi onírico Doctor Wheeler, mesías o némesis en función del alternante punto de vista, ora de ella, ora de él. Se percibe, no obstante, ese absurdo, como algo consciente y buscado, un elemento que contribuye a hacer aún más densa una atmósfera ya de por sí preñada de malos augurios. La violencia casual se multiplica, de hecho, conforme la singular pareja se va acercando a su destino, por más que Harold y Rose parezcan no advertirla o la asuman con toda naturalidad. Ejercen de fondo, los muy convulsos ’60, con los cadáveres aún calientes de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King y la promesa, aún real, de otro Kennedy.
No es de extrañar, visto lo visto, que un paratexto de la contraportada, firmado por el siempre lúcido William Boyd, vincule esta novela a Esperando a Godot de Beckett. Poco más me queda que decir, salvo que lean, lean, pues merece la pena. Háganlo, eso sí, dotados de lapicero y dispuestos a añadir la docena aproximada de tildes sobre adverbios interrogativos -en interrogativas indirectas- que el traductor se ha dejado por el camino. ¡Ay!


jueves, 2 de octubre de 2014

QUE LEVANTE MI MANO QUIEN CREA EN LA TELEQUINESIS (KURT VONNEGUT)



“Lo más maravilloso y lo más valioso que podéis extraer de una educación es esto: el recuerdo de una persona en concreto que realmente sabía enseñar y cuyas lecciones hicieron de la vida y de vosotros mismos algo más interesante y cargado de posibilidades de lo que previamente habíais creído posible. Se lo pregunto a todos los presentes, incluidos los que estamos aquí, en el estrado: “¿Cuántos de nosotros, cuántos de vosotros, habéis disfrutado de un maestro semejante? La guardería también cuenta. Levantad la mano, por favor. ¡Vamos! Es útil recordar el nombre de ese gran profesor.”
Que levante mi mano quien crea en la telequinesis
Kurt Vonnegut


Aludía por aquí hace un par de meses a un supuesto club de optimistas incorregibles en el que por derecho propio figuraban nombres como los de Nicholson Baker en lo literario y Aaron Sorkin o Jenji Kohan en lo televisivo, merced a su capacidad para reconciliarnos con el mundo y el género humano por medio de entrañables, carismáticos y encantadores personajes. Sepan, por cierto, que el humor inteligente y los ágiles diálogos de OITNB, así como su mejor que bien engranada estructura narrativa, tienen más que enganchados a no pocos de mis estudiantes, lo cual, creo yo, dice mucho y muy bueno de esta serie, pero aun más y mejor de estos felices pocos que me han caído en suerte.
Aludía a tal club y no citaba entonces al que, sin duda, ha de ser su más ilustre socio honorario, si es que no fundador, el sin par Kurt Vonnegut, que desde Malpaso siguen recuperando para nosotros, y que hace ya años que acapara por aquí la sección de “Una de cosas bien dichas”. Sí, una sale más ligera y despreocupada de las historias de Vonnegut, ya sea porque la explícita comparación entre el tiempo humano y el geológico todo lo pone en perspectiva, ya porque, pese a la violencia, el absurdo y la entropía que todos enfrentamos en mayor o menor medida, al final, en último término y si permanecemos atentos, podemos detectar bondad en el género humano. Como rezan los títulos de la banda sonora de True Romance, “Amid the chaos of the day”, “you are so cool”. Discúlpenme tan peregrina asociación.
Sin embargo, no hemos de buscar esta bondad en las grandes victorias, ni en los hitos señalados por los libros de historia, sino en las pequeñas alegrías que nos brinda la vida cotidiana. No es de extrañar, así pues, el título original del volumen que aquí nos trae hoy: “If this isn’t nice, what is?”, que el amigo Milo Krmpotic’ reivindica con razón en su crítica para el Qué Leer, aun a costa del muy descacharrante y vonnegutiano seleccionado para la edición española. Y no es de extrañar, tampoco, en consecuencia, que lo que aquí se presenta sea una recopilación de discursos de graduación, donde abundan extraordinarias perlas dedicadas a los profesores y a la escuela pública y se leen también bromas ya leídas en algunas de sus novelas y en la extraordinaria y final Un hombre sin patria.
No les doy más la lata. Déjenme tan solo que, una vez más, les recomiende que se olviden de los Coelhos, Bucays y Byrnes que en el mundo están, que corran a la librería más cercana y que, por favor, lean a Vonnegut. De nada.