“Los hombres establecen un vínculo más fuerte por las experiencias triviales que comparten que por los compromisos más sagrados”Los favores de la FortunaFrederic Manning
Lejos de estridencias
sentimentales y alardes épicos, Los favores
de la Fortuna de Frederic Manning, señalada por la crítica como una de las
novelas más sinceras sobre la guerra en general y la Gran Guerra en particular,
puede parecer en principio un diario de campaña. Narrada en una ¿aséptica? tercera
persona, hay lugar en ella para innumerables referencias a las absurdas y
tediosas rutinas en los acantonamientos, a la mayor o menor confraternización
con los civiles franceses, a los entresijos de la jerarquía castrense, a simulacros
de batalla y, ya casi cerca el final, a la violencia de la acción directa, cuyo
éxito o fracaso parece depender tan solo de unos pocos centímetros y segundos,
los que separan la silenciosa bala de la zona desprotegida de la cabeza; parece
depender, pues, de los epónimos favores de la Fortuna, a quien en uno de los programáticos
epígrafes shakespereanos que abren cada capítulo se identifica significativamente
con una ramera.
El tono prosaico y la
crudeza ocasional se ven compensados, eso sí, con el magistral y democrático retrato
de los caracteres, una pandilla de soldados rasos y unos cuantos suboficiales,
que aceptan con resignada naturalidad la inevitabilidad de la guerra, reafirman
su individualidad con una voluntad manifiesta de sobrevivir y se rigen antes
por el código de camaradería que por el de la amistad. La amistad supone
elección y no hay tiempo en el frente para tales frivolidades, sino para la
aceptación como un igual del compañero de trinchera. Tales son, al menos, las
impresiones, del carismático soldado Bourne, urbanita entre pueblerinos, docto
entre iletrados, que, pese a todo, se siente más a gusto en la uniformidad de
la tropa que entre el cuerpo de oficiales y rechaza obstinadamente todas las
ofertas de promoción.
Si a todo ello añadimos
la singular belleza de determinados pasajes, referidos, sobre todo, a cierta
cualidad onírica de la noche en el fragor de la batalla (e. gr. “El mundo le parecía extraordinariamente desprovisto de
hombres, aunque sabía que el suelo estaba plagado de ellos”), una no puede sino
comprender a Hemingway, que, según los paratextos de la edición de Sajalín,
afirmaba leerla todos los años “para recordar cómo fueron realmente las cosas,
de manera que nunca tenga que mentirme ni a mí ni a nadie sobre esto”.
Lean, lean.
1 comentario:
Siempre me han atraído las historias que hablan sobre guerras pasadas -que no la guerra en sí-. Y si encima tienen tan buena pinta como la que comentas, no puedo hacer otra cosa que apuntármela. Ya caerá...ya.
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