“- ¿Sientes que tienes una conexión especial con los peces?- le preguntó Seamus, inclinándose sobre él, más cerca-. Eso es lo que significa un animal totémico, ¿sabes? Te ayuda en tu travesía por la vida.- A mí me gusta que sean sólo peces -dijo Robert-. No tienen que hacer nada por mí.”Leche materna,Edward St. Aubyn
Tres son las
perspectivas adoptadas -la del primogénito Robert, la del padre y la de la
madre- en esta novela en cuatro partes, correspondientes a otros tantos
veranos, sobre una familia en descomposición. No obstante, es Patrick, el pater familias, dipsómano, hijo
descuidado tanto ayer como hoy, recientemente arrojado del lecho conyugal por
el nacimiento de Thomas, su benjamín, quien parece llevar la voz cantante y se
erige en protagonista consciente de una tragedia edípica en la que, como héroes
trágicos, todos parecen condenados a cumplir con el destino que les han
deparado las Parcas. Suena pesimista y lo es. La vida, deduce Mary, esposa y
madre, hacia el final de la novela, comienza y acaba con un doloroso trauma y
el tránsito de uno a otro es igualmente difícil. La amargura que destila se
disfraza, eso sí, de brillante acidez y se sobrelleva con ironía y sarcasmo,
para los que Patrick y un más que precoz Robert parecen especialmente dotados.
Es aquí, como en la elegancia de los escenarios y en el distanciamiento mostrado,
si no frialdad, donde St Aubyn se muestra como lo que es, un magnífico representante
de las Letras de la Pérfida Albión y, en consecuencia, un estilista,
sobresaliente en el manejo de los tropos y más que notable como ventrílocuo de
niños e infantes, así que, por supuesto, lean, lean a St Aubyn, pero háganlo al
abrigo de una familia feliz.
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