martes, 1 de julio de 2014

UN VETERINARIO EN APUROS (JAMES HERRIOT)



Desconfío de los símiles. Si no se manejan con precaución y cautela, se convierten en una excusa para alardear del supuesto genio literario, como le sucediera a Franzen en Libertad, o conducen, por acumulación, al mayor de los absurdos, como ocurría en Las vidas privadas de Pippa Lee, de Rebecca Miller. Sin embargo, esta figura estilística, que podríamos considerar el primo humilde de los tropos, es tan antigua como las dos obras fundacionales de la Literatura Occidental, la Ilíada y la Odisea, donde cumplía la función de acercar al oyente -luego lector- lo exótico y desconocido. Me explico. Poca o ninguna experiencia podía tener un pastor de ovejas de Laconia en las reacciones de un esforzado guerrero; mucho sabía, en cambio, muy a su pesar, de las de los lobos. Y bien lo sabían los aedos, que, con la intención de no abrumar a su auditorio con lo exótico de sus referencias, trufaban sus poemas de símiles del estilo de: “como el lobo al acechar a su presa, así el héroe...”

Un veterinario en apuros de James Herriot vive del símil, al menos en su andamiaje interno, aunque lo único que comparte con la épica homérica es el carácter popular. Cada uno de sus episodios se inicia con una brevísima anécdota, impresión o reflexión inspirada por el adiestramiento del narrador-autor como piloto de la RAF, que muy pronto se vuelve detonante de un relato de su vida previa como veterinario rural. Sin embargo, si en un auténtico símil la labor de B es, como decía, acercar o identificar A para el lector, aquí A es una mera excusa para introducir B, como cuando nuestros entrañables abuelos aprovechan cualquier deriva que tome la conversación para introducir con calzador una batallita de su dorada y añorada juventud. Y, en efecto, los paralelimos están, las más de las veces, forzados. Con todo, ello no le resta ni un ápice de encanto y amabilidad a esta colección de episodios que reflejan, mejor que bien, lo que debía ser el duro, durísimo trabajo de un veterinario rural en la década de los ’30 del pasado siglo en la solo a veces bucólica campiña inglesa. Hay lugar aquí para lo pintoresco de tipos y situaciones -como la aparente epidemia de embarazos psicológicos- pero también para la enfermedad, la depresión y la muerte, aunque nunca de un modo demasiado crudo. La nostalgia y el humor se encargan de endulzar, sin pasarse, los tragos más duros de un relato sincero que bien se puede leer al raso y sobre la hierba, cuando la galerna cantábrica lo permita.



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