Desconfío de los símiles.
Si no se manejan con precaución y cautela, se convierten en una excusa para
alardear del supuesto genio literario, como le sucediera a Franzen en Libertad, o conducen, por acumulación,
al mayor de los absurdos, como ocurría en Las vidas privadas de Pippa Lee, de Rebecca Miller. Sin embargo, esta figura
estilística, que podríamos considerar el primo humilde de los tropos, es tan
antigua como las dos obras fundacionales de la Literatura Occidental, la Ilíada y la Odisea, donde cumplía la función de acercar al oyente -luego
lector- lo exótico y desconocido. Me explico. Poca o ninguna experiencia podía
tener un pastor de ovejas de Laconia en las reacciones de un esforzado guerrero;
mucho sabía, en cambio, muy a su pesar, de las de los lobos. Y bien lo sabían
los aedos, que, con la intención de no abrumar a su auditorio con lo exótico de
sus referencias, trufaban sus poemas de símiles del estilo de: “como el lobo al
acechar a su presa, así el héroe...”
Un veterinario en apuros de James Herriot vive
del símil, al menos en su andamiaje interno, aunque lo único que comparte con
la épica homérica es el carácter popular. Cada uno de sus episodios se inicia
con una brevísima anécdota, impresión o reflexión inspirada por el
adiestramiento del narrador-autor como piloto de la RAF, que muy pronto se
vuelve detonante de un relato de su vida previa como veterinario rural. Sin
embargo, si en un auténtico símil la labor de B es, como decía, acercar o
identificar A para el lector, aquí A es una mera excusa para introducir B, como
cuando nuestros entrañables abuelos aprovechan cualquier deriva que tome la
conversación para introducir con calzador una batallita de su dorada y añorada
juventud. Y, en efecto, los paralelimos están, las más de las veces, forzados.
Con todo, ello no le resta ni un ápice de encanto y amabilidad a esta colección
de episodios que reflejan, mejor que bien, lo que debía ser el duro, durísimo
trabajo de un veterinario rural en la década de los ’30 del pasado siglo en la
solo a veces bucólica campiña inglesa. Hay lugar aquí para lo pintoresco de
tipos y situaciones -como la aparente epidemia de embarazos psicológicos- pero
también para la enfermedad, la depresión y la muerte, aunque nunca de un modo
demasiado crudo. La nostalgia y el humor se encargan de endulzar, sin pasarse,
los tragos más duros de un relato sincero que bien se puede leer al raso y
sobre la hierba, cuando la galerna cantábrica lo permita.
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