La integridad del
conflicto que vertebra y hace funcionar La
Buena Novela de Laurence Cossé se reduce a una simple cuestión, razón de
ser de todos los manuales y clases de crítica literaria que en el mundo son y
han sido: ¿se pueden objetivar los criterios que determinan la calidad
literaria? o, más bien, ¿la cualidad de buena o mala de una novela viene
determinada tan solo por el gusto del público y de gustibus, ya se sabe, non
disputandum? Quien desde aquí les escribe se inclina, faltaría más, por la
primera opción, aunque reniega de la distinción ficticia establecida entre
buena literatura, Literatura con mayúsculas, y literatura popular. Como en un momento
dado de esta historia argumentan los anónimos enemigos de La Buena Novela,
Dumas y Dickens fueron, ante todo, autores populares y nadie cuestiona su lugar
en la Historia de la Literatura. O dicho de otra manera: que un libro guste a
la mayoría de la gente no significa necesariamente que sea malo y vulgar.
Sí es cierto, sin embargo,
que cada vez resulta más difícil hacerse, sin recurrir a red de redes, con títulos
que no pertenezcan a los dictados de la actualidad y del mercado, por más que
un puñado de valientes editoriales y librerías independientes resistan los
embates de los tiempos y nos doten de fondo editorial a los happy few que supuestamente somos.
Conscientes del Zeitgeist Van y Francesca, protagonistas
de esta historia, abren en París una librería, de título más que significativo,
La buena novela, cuyos fondos son ajenos a las novedades, a la rentrée, a los concursos literarios y a
los gustos más comunes. Los únicos requisitos que deben cumplir los libros
vendidos en tan singular librería es que sean novelas y además buenas. Y
volvemos al principio, ¿qué hace que una novela sea buena? En esta historia, al
menos, el criterio no explicitado de un comité anónimo, aunque no lo bastante,
de ocho escritores que anualmente seleccionan los títulos, en su mayoría
francófonos, que, según creen, deben venderse en La Buena Novela y recuperarse
así para el mundo. No lo bastante anónimo, digo bien, pues, tal y como se nos
informa en el magnífico arranque de esta historia, iniciada in medias res, cuatro de los miembros
del comité han sufrido alarmantes atentados.
La Buena Novela se inicia, en efecto,
como una comedia negra y sofisticada, muy francesa, y es una pena que la autora
no haya explotado más las posibilidades narrativas del punto de partida. La
revelación final del villano/s resulta, de hecho, de lo más descafeinada e
irrelevante porque, para empezar, es la primera vez que es mencionado, para
seguir, porque por el camino Laurence Cossé se ha ocupado más de una historia
de amor un tanto banal y de identificar, consciente o inconscientemente, la ética
con la estética. Esta última es, de hecho, la mayor tara de esta historia, su
maniqueísmo. Y es que los exquisitos clientes de La Buena Novela, dotados de
buen gusto literario, son más corteses, discretos y educados que los que
compran en otras librerías. No les importa guardar cola, vaya, llega a decir en
un momento el narrador de la historia. En fin... No me malinterpreten. No se
trata de renunciar a la excelencia por miedo a parecer elitistas y librerías
como La Buena Novela son más que necesarias y deseables en este yermo cultural
en el que vivimos pero el tocino nada tiene que ver con la velocidad y esta
historia, muy digna y entretenida, lo habría sido mucho más si su autora se
hubiera dejado llevar por el humor negro que traslucen sus primeros capítulos.
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