jueves, 25 de febrero de 2016

LA LEYENDA DE LAS MAREAS MANSAS (IRENE VALLEJO-LINA VILLA)



Mucho antes de que la cultura popular consagrara la figura de la mujer que aguarda el retorno del héroe aventurero, los clásicos trataron este motivo con la belleza y perfección que les es propia. Tendrán ustedes en mente, imagino y espero, la homérica historia de Penélope tejiendo y destejiendo durante -¡ahí es nada!- dos décadas. Menos conocida es la leyenda de Ceix y Alción, que Ovidio incluyó en sus Metamorfosis y que Irene Vallejo, como ya hizo con la Eneida en El silbido del arquero, reelabora en un cuento tan hermoso por fuera como por dentro: La leyenda de las mareas mansas.
Con el talento lírico que ya demostró en la citada novela, Irene Vallejo adereza el relato ovidiano y lo adorna con ropajes de cuento popular, de esos que a todos nos encantaba escuchar o leer de niños bien arropados en la cama, mientras fuera arreciaba el temporal. Añade, por ejemplo, unos cuantos apóstrofes al lector que, lejos de romper la ilusión poética, nos convierten en cómplices de una hermosa historia de amor y de muerte, naufragios fatídicos, esperas vanas, sueños poco reparadores y, faltaría más, alguna que otra metamorfosis en martín pescador.
Si todo ello viene, además, vestido con las elegantes ilustraciones de Lina Vila, hermosas acuarelas en los tonos azules y anaranjados del martín pescador, una no puede hacer más que instarles a conseguir este precioso volumen y, por supuesto, susurrarles que lean, lean y vean, vean...


domingo, 21 de febrero de 2016

EL MUNDO CLÁSICO: UNA BREVE INTRODUCCIÓN (MARY BEARD Y JOHN HENDERSON)



Casi al final de El mundo clásico: Una breve introducción, afirman los autores que los profesores enseñamos tal y como aprendimos. Puede ser. Por más que en los últimos tiempos lea sobre las indiscutibles ventajas del método natural para la enseñanza de las lenguas clásicas, me resisto a abandonar el método más tradicional, quizá por mi particular debilidad por la Lingüística y porque estoy convencida de que, pese a lo que se diga, puede resultar divertido e induce a la reflexión sobre la propia lengua, que buena falta hace. Son unos cuantos los alumnos que me han reconocido que, gracias al latín, han comprendido entresijos gramaticales del español que, hasta entonces, se les resistían.
A la inversa me sucede con el aprendizaje por proyectos, últimamente siempre en boca de los gurús de la educación. Aun reconociendo que puede resultar muy atractivo, me da la impresión de que, al final de la partida, son muchas las lagunas que quedan de saberes “tradicionales”. De esa opinión era, al menos, hasta que he leído este magnífico ensayo introductorio sobre el mundo clásico, en el que con el templo de Apolo Epicurio en Basas (Arcadia) como detonante se abordan un buen número de aspectos esenciales de la Cultura Clásica y, sobre todo, de su estudio. Y el estudio del mundo clásico es también el de su transmisión y recepción.
Todo acercamiento al mundo clásico, señalan los autores, supone necesariamente cierto extrañamiento, dado el choque entre la realidad y la expectativa. Y se debe esto a la idealización que durante siglos -sobre todo, a partir del Renacimiento- han ejercido los estudiosos, que han querido ver, casi siempre en Grecia, un modelo de belleza y racionalidad. La realidad es, sin embargo, que ocasionalmente las figuras esculpidas resultan toscas y desproporcionadas y que, como acertadamente supo ver Nietzsche, el mundo griego es resultado de la tensión entre lo equilibrado y mesurado, la belleza, lo apolíneo, por un lado, y el desenfreno y la violencia, lo dionisíaco, por otro. Ahí está la tragedia griega para atestiguarlo.


Hay, además, espacio en este pequeño volumen para arte y arqueología, casi todos los géneros literarios, historia, religión, mitología, filosofía, política y, faltaría más, alguna que otra clase de latín, pero también para Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, Astérix y Obélix y los cómics de Geoffrey Willans y Ronald Searle. Todo ello, insisto, con un único punto de partida, el del templo arcadio de Basas. Es posible, pues, que el aprendizaje por proyectos sea una buena idea, sobre todo, si los maestros son, como en este caso Mary Beard y John Henderson. Leed, leed... 


viernes, 12 de febrero de 2016

LOS JARDINES DE LA DISIDENCIA (JONATHAN LETHEM)



En un momento dado de Trumbo: la lista negra de Hollywood, Otto Preminger le recrimina al epónimo protagonista que el guion de Éxodo sea genial solo a momentos, a lo que replica este que una obra narrativa magistral de principio a fin sería terriblemente aburrida. Viene esto a propósito de Los jardines de la disidencia de Jonathan Lethem, otro título que, en la línea de la trilogía americana de Philip Roth, aspira a captar la esencia, el espíritu del país de las barras y estrellas, aunque sea a partir de sus elementos marginales. No hay duda de que Lethem, de quien por aquí nos enamoramos al comenzar el milenio con Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad, es un grandísimo escritor pero su afán por demostrarlo en cada párrafo con una prosa que a base de tropos e innegable grandilocuencia proclama “¡aquí estoy!” le acaba pasando cierta factura. Llama demasiado la atención sobre sí misma y se impone sobre una narración que engancha e interesa, es cierto, pero carece de -¿cómo decirlo?- cierta cotidianeidad, banalidad quizá. No hay, pues, contraste y en el arte, como en la vida -como bien comprendió siglos ha el conde de Montecristo-, todo es contraste.
No me malinterpreten. Los Jardines de la Disidencia es una novela más que interesante, versando como versa sobre unos cuantos habitantes de los márgenes de la Historia estadounidense de la segunda mitad del XX y principios del XXI, ya se trate de una comunista implacable defenestrada antes del desengaño con Stalin; su exmarido huido a Alemania en pos de un sueño revisionista; su hija ganada para el Village, los hippies y la causa sandinista; un primo nacido veinte años tarde en lo público y en lo privado; un profesor de universidad un tanto antipático -pero protagonista de los episodios que más empatía despiertan- y un joven ansioso por conocer su propia historia. El lector, sin embargo, no llega a empatizar con ninguno de sus personajes y lo leído tampoco genera choque o extrañeza. Le falta algo de nervio, creo, a esta novela de Lethem, por más que esté muy, muy bien escrita.

lunes, 4 de enero de 2016

UNA CHICA EN INVIERNO (PHILIP LARKIN)



En lo más crudo del frío invierno, en una gris y anodina ciudad inglesa un tanto alejada del fragor de la II Guerra Mundial, Katherine Lind tiene un mal día, como todos desde que llegó a Inglaterra desde el continente. Tan solo entretiene las horas jugando con la posibilidad de recibir una carta de un amigo de la adolescencia, Robin, con quien hace unos años pasó un buen verano y del que quizá, solo quizá, pudo estar enamorada.
Dado el contexto, suena dramático y, de hecho, lo es, si bien la tragedia no se explicita en ningún momento, tan solo se sugiere con inmensa sutileza -valga el oxímoron-. En ese sentido, Una chica en invierno de Larkin, es pariente directa de Los esclavos de la soledad de Patrick Hamilton, donde la guerra solo se mostraba por los trastornos que ocasionaba en el día a día. Larkin es incluso más sutil, tanto incluso, que en ningún momento se explicita la más que probable ascendencia judía de la protagonista. La novela se estructura en tres partes: 1. el ahora, una invernal mañana de sábado en la biblioteca; 2. el entonces, el verano en compañía de Robin y Jane; 3. de nuevo el ahora, la tarde en la biblioteca y en su habitación. Solo en la tercera alcanza el lector a apreciar en su crudeza la naturaleza de la vida de Katherine en Inglaterra, acosada por la más absoluta soledad y el mayor de los hastíos, inmersa en una vida de la que ha desterrado casi cualquier esperanza y donde el único consuelo es el sueño.
Sin embargo, no ahoga la novela de Larkin como lo hacía la de Hamilton, probablemente porque la realidad solo se sugiere -en este sentido, el uso de la meteorología es muy eficaz-, porque los personajes son, con sus defectos, bastante más amables y, sobre todo, por la belleza de la prosa. A tenor de lo leído, no se extrañarán, supongo, si les digo que Una chica en invierno es una novela hermosa y redonda con la que ha sido todo un placer empezar el año y que ustedes no deberían dejar de leer. Lean, lean.


miércoles, 30 de diciembre de 2015

EN LA NIEBLA (RICHARD HARDING DAVIS)



Ando un poco perezosa últimamente y con un par de reseñas en la alforja del “debe”: la de los Cuarenta y un intentos fallidos de Janet Malcolm y la de La ley del menor de Ian McEwan. Disfruté bastante más del ensayo de Malcolm, sobre todo, de los capítulos dedicados al amigo Salinger y Virginia Woolf, que me tuvieron con el cuaderno abierto y el bolígrafo atento párrafo sí y párrafo también. La novela de McEwan, en cambio, me resultó un tanto tibia, casi diría superficial, a pesar de las posibilidades de los conflictos que plantea.
De todos modos, si hoy me acerco a esta esquina por última vez este año es para recomendarles un entretenimiento tan frívolo como exquisito y adictivo, una nouvelle detectivesca ambientada en un Londres de lo más victoriano. Lleva el muy sugerente título de En la niebla y no deja de ser una partida de cluedo con la que cuatro caballeros de un exclusivo club entretienen las horas y a un oyente más que adicto a las historias del género. Presenta cada uno de ellos una versión o perspectiva de un mismo crimen y, antes o después, aparecen en sus respectivas historias caballeros dados por muertos, princesas rusas de dudosa reputación, intentos de robo en un viaje en tren, un mayordomo sospechoso y una disputa familiar por una herencia. No faltan, por supuesto, un par de vueltas de tuerca que contribuyen a generar la impresión de que su autor, americano pese a las apariencias, ha querido escribir una novela de detectives de manual y de que se ha divertido de lo lindo haciéndolo. La metaficción es más antigua de lo que tiende a creerse.
Así que ustedes, ya saben, lean, lean. Y, por supuesto... ¡Feliz Año Nuevo!