Casi al final de El mundo clásico: Una breve introducción,
afirman los autores que los profesores enseñamos tal y como aprendimos. Puede
ser. Por más que en los últimos tiempos lea sobre las indiscutibles ventajas
del método natural para la enseñanza de las lenguas clásicas, me resisto a
abandonar el método más tradicional, quizá por mi particular debilidad por la
Lingüística y porque estoy convencida de que, pese a lo que se diga, puede
resultar divertido e induce a la reflexión sobre la propia lengua, que buena
falta hace. Son unos cuantos los alumnos que me han reconocido que, gracias al
latín, han comprendido entresijos gramaticales del español que, hasta entonces,
se les resistían.
A la inversa me sucede
con el aprendizaje por proyectos, últimamente siempre en boca de los gurús de
la educación. Aun reconociendo que puede resultar muy atractivo, me da la
impresión de que, al final de la partida, son muchas las lagunas que quedan de
saberes “tradicionales”. De esa opinión era, al menos, hasta que he leído este
magnífico ensayo introductorio sobre el mundo clásico, en el que con el templo
de Apolo Epicurio en Basas (Arcadia) como detonante se abordan un buen número
de aspectos esenciales de la Cultura Clásica y, sobre todo, de su estudio. Y el
estudio del mundo clásico es también el de su transmisión y recepción.
Todo acercamiento al
mundo clásico, señalan los autores, supone necesariamente cierto extrañamiento,
dado el choque entre la realidad y la expectativa. Y se debe esto a la idealización
que durante siglos -sobre todo, a partir del Renacimiento- han ejercido los
estudiosos, que han querido ver, casi siempre en Grecia, un modelo de belleza y
racionalidad. La realidad es, sin embargo, que ocasionalmente las figuras
esculpidas resultan toscas y desproporcionadas y que, como acertadamente supo
ver Nietzsche, el mundo griego es resultado de la tensión entre lo equilibrado
y mesurado, la belleza, lo apolíneo, por un lado, y el desenfreno y la
violencia, lo dionisíaco, por otro. Ahí está la tragedia griega para
atestiguarlo.
Hay, además, espacio en
este pequeño volumen para arte y arqueología, casi todos los géneros literarios,
historia, religión, mitología, filosofía, política y, faltaría más, alguna que
otra clase de latín, pero también para Retorno
a Brideshead de Evelyn Waugh, Astérix
y Obélix y los cómics de Geoffrey Willans y Ronald Searle. Todo ello,
insisto, con un único punto de partida, el del templo arcadio de Basas. Es
posible, pues, que el aprendizaje por proyectos sea una buena idea, sobre todo,
si los maestros son, como en este caso Mary Beard y John Henderson. Leed,
leed...
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