No sé
si recordarán que el eje narrativo de Hitch-22,
de Christopher Hitchens, de la que les hablé por aquí hace unos meses, reposaba
en la ambivalencia del propio autor, que explicitaba varias contradicciones
–aparentes y reales- que vertebraban su –no sé si llamarlo así- ideología. Pues
bien, también las contradicciones parecen vertebrar este ensayo que el propio
Hitchens le dedica a George Orwell, celebérrimo creador de la distópica 1984 y de la muy efectiva en distintos
niveles Rebelión en la granja.
Hitchens, tan lúcido, incisivo y, sí, pagado de sí mismo como siempre, no
oculta su admiración por Orwell y denuncia la interpretación interesada que,
desde diferentes lugares del espectro ideológico, se ha hecho de un autor, que,
según nos dice, fue el primero en acertar respecto al colonialismo, el fascismo
y el comunismo.
Según
nos cuenta Hitchens, Orwell, que había sido educado en los más elitistas
colegios ingleses, luchó toda su vida –con bastante éxito, por cierto- por
convertirse en un libertario y brilló siempre con luz propia, aunque ello le
supusiera en muchas ocasiones nadar contracorriente. Más que significativa es
su denuncia del comunismo de Stalin en una época en que toda crítica se consideraba
una deslealtad a la
Izquierda y podía, además, ser aprovechada por la Derecha. También
destacada es su denuncia del colonialismo, que implica la crítica no solo a los
abusos de la Europa
“civilizada”, sino también a cierta actitud servil de los oprimidos. Ante todo,
Orwell fue, pues, independiente. Como también lo era Hitchens. De ahí que antes
fuera yo un tanto reticente a utilizar el término “ideología”.
Sin
embargo, en su lúcido y certero retrato de Orwell se muestra Hitchens algo
soberbio y, en ocasiones, parece emplear al autor de 1984 como mera excusa para atacar a intelectuales como Edward Said,
al que, por cierto, parecía tener especial inquina. Y en estos ataques incurre
Hitchens en ocasiones en el mismo error que les achaca a sus rivales: la confusión
entre personaje / narrador / autor. Efectivamente, un lector avezado –no
digamos ya un crítico- debería ser consciente de que aquello que dice un
personaje o un narrador no es necesariamente lo que opina su autor, pero esto
es así tanto cuando los parlamentos de sus personajes sirven para “atacar” a
Orwell, como cuando sirven para “defenderlo”.
Por lo
demás, lean, lean.
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