“La existencia del neoespañol no sólo es posible por una mala asimilación y fijación de la lengua materna, sino también por una insólita y particular percepción y representación del mundo que nos rodea.”Guía práctica de neoespañolAna Durante
Dice acertadamente el tópico
que “leemos para saber que no estamos solos”. Interpretamos, con frecuencia,
dicho adagio en relación con el placer que obtenemos cuando nos sentimos
identificados con las cuitas o carácter de un personaje de ficción. De sobra saben
ustedes que Holden Caulfield, Hans Castorp, Peter Levi y hasta Edmundo Dantés han
sido o son, en mayor o menor medida, compañeros de viaje de quien desde aquí
les escribe. Ustedes tendrán los suyos, imagino.
Menos frecuente es, sin
embargo, que sea la lectura de un ensayo la que evoque dichas palabras; más
aún, si este trata sobre el “neoespañol” o “aproximado”, esa ¿variante?
invasiva de español que, de un tiempo a esta parte, parece haberse apoderado de
feudos que, hasta hace poco, eran considerados garantes de la norma y “lo
correcto”. Que ¿qué es el neoespañol? El neoespañol es ese engendro digno de
Frankenstein en el que verbos como “ver”, “hacer” y “coger” parecen haber
desaparecido, sustituidos por otros como “visionar”, “facturar” o “adquirir”,
en usos donde, hace unos años, jamás se habrían admitido; en el que el relativo
“cuyo”, heredero del latín cuius, o
no se usa, o se usa -mal- como equivalente a “el cual”; en el que se fusionan
frases hechas o se aplican donde no procede. El neoespañol es la lengua del
disparate pretencioso, enriquecida a marchas forzadas por locutores televisivos
y radiofónicos, periodistas, escritores, editores y traductores. En efecto,
frente a la tendencia habitual documentada por la tipología lingüística, el
cambio se está imponiendo desde sectores en principio formados de la población.
El panorama que traza la autora
de esta guía es, ciertamente, desolador, más aún cuando dicha evolución del
español -devaluación, más bien- viola el principio rector de la economía
lingüística y atenta contra la primera de las funciones del lenguaje, la representativa
-¡ay, si Jakobson levantara la cabeza!-. Todos los ejemplos de la guía son
reales y, en su mayor parte, son auténticos disparates. Por suerte, la autora
endulza el repertorio de barbarismos con un humor y una retranca a prueba de
bomba y, frente a lo que podría parecer, esta Guía práctica de neoespañol es condenadamente divertida;
desternillante, incluso.
Llegados a este punto, quizá se
estén preguntando ustedes que a qué venía aquello de “leemos para saber que no
estamos solos”. Pues bien, esto viene a cuento de que llevo años en guerra con
el neoespañol sin saber que ese era su nombre. De hecho, a Ana Durante, sea
quien sea, quizá le interese -y alarme- saber que hace más de una década que el
neoespañol es la lengua oficial de la pedagogía, donde, por ejemplo, hace mucho
que los tutores no tutelan, sino que “tutorizan”. Y viene a cuento de que hace
ya algún tiempo que les insisto a mis alumnos en la necesidad de volver a lo
simple y de abandonar esa absurda necesidad de hinchar la expresión; sobre
todo, si es a costa de la eficiencia y la gramática.
Así que, sea quien sea
quien se esconde bajo el pseudónimo de Ana Durante, ¡cómo reconforta encontrar
a una guía que seguir en el fragor de las trincheras!
Y ustedes, ya saben, lean,
lean. Es responsabilidad de todos.
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