domingo, 5 de junio de 2016

GUÍA PRÁCTICA DEL NEOESPAÑOL (ANA DURANTE)



“La existencia del neoespañol no sólo es posible por una mala asimilación y fijación de la lengua materna, sino también por una insólita y particular percepción y representación del mundo que nos rodea.”
Guía práctica de neoespañol
Ana Durante


Dice acertadamente el tópico que “leemos para saber que no estamos solos”. Interpretamos, con frecuencia, dicho adagio en relación con el placer que obtenemos cuando nos sentimos identificados con las cuitas o carácter de un personaje de ficción. De sobra saben ustedes que Holden Caulfield, Hans Castorp, Peter Levi y hasta Edmundo Dantés han sido o son, en mayor o menor medida, compañeros de viaje de quien desde aquí les escribe. Ustedes tendrán los suyos, imagino.
Menos frecuente es, sin embargo, que sea la lectura de un ensayo la que evoque dichas palabras; más aún, si este trata sobre el “neoespañol” o “aproximado”, esa ¿variante? invasiva de español que, de un tiempo a esta parte, parece haberse apoderado de feudos que, hasta hace poco, eran considerados garantes de la norma y “lo correcto”. Que ¿qué es el neoespañol? El neoespañol es ese engendro digno de Frankenstein en el que verbos como “ver”, “hacer” y “coger” parecen haber desaparecido, sustituidos por otros como “visionar”, “facturar” o “adquirir”, en usos donde, hace unos años, jamás se habrían admitido; en el que el relativo “cuyo”, heredero del latín cuius, o no se usa, o se usa -mal- como equivalente a “el cual”; en el que se fusionan frases hechas o se aplican donde no procede. El neoespañol es la lengua del disparate pretencioso, enriquecida a marchas forzadas por locutores televisivos y radiofónicos, periodistas, escritores, editores y traductores. En efecto, frente a la tendencia habitual documentada por la tipología lingüística, el cambio se está imponiendo desde sectores en principio formados de la población.
El panorama que traza la autora de esta guía es, ciertamente, desolador, más aún cuando dicha evolución del español -devaluación, más bien- viola el principio rector de la economía lingüística y atenta contra la primera de las funciones del lenguaje, la representativa -¡ay, si Jakobson levantara la cabeza!-. Todos los ejemplos de la guía son reales y, en su mayor parte, son auténticos disparates. Por suerte, la autora endulza el repertorio de barbarismos con un humor y una retranca a prueba de bomba y, frente a lo que podría parecer, esta Guía práctica de neoespañol es condenadamente divertida; desternillante, incluso.
Llegados a este punto, quizá se estén preguntando ustedes que a qué venía aquello de “leemos para saber que no estamos solos”. Pues bien, esto viene a cuento de que llevo años en guerra con el neoespañol sin saber que ese era su nombre. De hecho, a Ana Durante, sea quien sea, quizá le interese -y alarme- saber que hace más de una década que el neoespañol es la lengua oficial de la pedagogía, donde, por ejemplo, hace mucho que los tutores no tutelan, sino que “tutorizan”. Y viene a cuento de que hace ya algún tiempo que les insisto a mis alumnos en la necesidad de volver a lo simple y de abandonar esa absurda necesidad de hinchar la expresión; sobre todo, si es a costa de la eficiencia y la gramática. 
Así que, sea quien sea quien se esconde bajo el pseudónimo de Ana Durante, ¡cómo reconforta encontrar a una guía que seguir en el fragor de las trincheras!
Y ustedes, ya saben, lean, lean. Es responsabilidad de todos.


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