Casi al final de Oona y Salinger de Frédéric Béigdeber, afirma rotundo este último
que entre la integridad de uno y la mundanidad de la otra, se queda, sin
dudarlo, con la segunda. Como si hiciera falta que lo explicitara después de
haber ejercido la sobreexposición y exhibirse cual narrador –y autor-. No deja
de ser irónico, así pues, que Béigdeber, autor con vocación de estrella del
rock, haya elegido contar la historia de Salinger, huraño y escapista, que se
recluyó en un bosque después de haber escrito la gran novela americana del s.
XX. O, más exactamente, la frustrada historia de amor entre Salinger y Oona,
hija esta última del torturado Eugene O’Neill y futura esposa del gran Charles
Chaplin.
Es más que probable, no obstante, que Béigdeber
haya exagerado la propia sobreexposición
como herramienta para subrayar el silencio del héroe, cuyo talento para la
elipsis –en su vida y en su obra- se señala en no pocas ocasiones. Como defienden
-¡o defendían!- los estructuralistas de la lengua, uno se define no solo por lo
que es, sino también por lo que no es. Así, una lee, al comenzar, sobre los
embarazosos silencios de Jerry –Salinger-, huido del Stork para no hacer el
ridículo, y lee también, para terminar, cómo Béigdeber conquistó a su mujer
pinchando My Heart will go on de
Celine Dion en una fiesta en la que ejercía de pinchadiscos. ¡Y que vivan los
contrastes!
Y pese al contraste, a que Béigdeber es, no hay
duda, el reverso de nuestro héroe, se muestra especialmente talentoso y eficaz
a la hora de plasmar en negro sobre blanco el carácter de aquel, aunque sus
simpatías recaigan, sí, del lado de Oona. Una lee las cartas que Jerry le envió
a Oona desde el frente, imaginadas en su integridad por Béigdeber, y de verdad
cree hallarse ante la prosa de Salinger, a un tiempo sobria y brillante,
austera y generosa en detalles chispeantes. De este modo, el autor francés se
muestra como un notable ventrílocuo y, mutatis
mutandis, triunfa allí donde en los años ’50 lo hizo Salinger. Este alcanzó
la gloria dándole la voz a los outsiders
que en el mundo eran y serían; aquel, dándole voz al hombre que eligió callar.
Así que ustedes ya saben, lean, lean…
2 comentarios:
Buenos días, Ceci. Yo hago caso y leo, leo. Esta frase, uno se define no solo por lo que es, sino también por lo que no es, es tan certera que asusta.
Estupenda reflexión.
Un abrazo.
Para hablar del escritor más grande -por el momento- del siglo XXI tengo que ponerme de rodillas: "ora pro nobis".
Supongo que será como todo lo que, Frédéric, lleva escrito hasta ahora: ¡a-co-jo-nan-te!.
Un saludo!
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