Vuelvo, por fin, a mi polvoriento
rincón, para dar cuenta de Cosecha de
Jim Crace, recientemente editada por los paisanos de Hoja de Lata con la
valentía, entusiasmo y elegancia que les son propios. Por cierto que quien
desde aquí escribe se declara, desde ya, seguidora incondicional de sus
colofones. Aquí queda, como muestra, el que cierra el presente volumen:
“Terminóse de imprimir esta edición de Cosecha el 15 de marzo de 2016 en Gráficas Eujoa, Meres, Siero, aniversario de la muerte de Julio César a manos de senadores romanos, convencidos ellos de que, al igual que el amo Jordan, el viejo se había convertido en casta.”
¡Ja!
Es Cosecha un libro singular. Está ambientado en un lugar
indeterminado que solo en virtud de los patronímicos podemos intuir anglosajón,
en un tiempo en que el feudalismo campaba a sus anchas, los ritmos venían
determinados por las exigencias de la tierra y las diferencias e injerencias
externas se contemplaban, sin excepción, como amenazas. Tal es el marco en el
que Jim Crace sitúa esta historia de una semana en la heredad del amo Kent,
donde los campesinos se disponen a elegir un año más a la reina de la cosecha.
Sin embargo, la gamberrada de tres aldeanos se va de las manos, el granero del amo
arde, sus palomas aparecen muertas y la turba identifica como culpables a tres
forasteros que tan solo han cometido el error de hallarse en el lugar
equivocado en el peor de los momentos. Que su llegada haya coincidido con el
anuncio de irrefrenables cambios traídos de la mano de un nuevo amo, el amo
Jordan, y del llamado progreso, que adopta la forma de explotación ganadera, no
ayuda a calmar los ánimos. Se masca, pues, la tragedia y la violencia se precipita.
El relato adopta la perspectiva
de Walter Thirsk, antaño también él forastero y hombre de confianza del amo
Kent, que se muestra como narrador tan sensible como exhaustivo. Por cierto que
esta exhaustividad actúa como rémora de la historia, que, pese a lo que pueda
parecer, tarda un tanto en arrancar. Sí es cierto, no obstante, que el autor se
redime en el último tercio, con un final tan redondo como hermoso -¿qué no
habré dicho ya por aquí de las virtudes de la Ringkomposition?- y un acto de venganza cuya indiscutible belleza
radica, sobre todo, en su inutilidad y que a esta lectora le ha puesto la piel
de gallina.
Poco más me queda que añadir,
salvo el consabido lean, lean.
1 comentario:
Buenos días, Ceci. Me parece una lectura muy recomendable. En tu reseña mencionas, o he entendido, que es un poco lenta al principio pero que vale la pena seguir con la lectura. No he leído nada de este autor así que podría comenzar con este libro. Me ha gustado mucho tu reseña, tienes un vocabulario muy bueno.
Feliz día.
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