Intento estos días recuperar el
viejo hábito de leer en el autobús. Sin embargo, pese a que el viaje al
extrarradio se lleva sus buenos 25 minutos, no es fácil abstraerse de los
frenazos, paradas y, sobre todo, de la cháchara alborotada de los adolescentes
que vuelven del instituto justo cuando a mí me toca ir. He optado, así pues,
por renunciar a la prosa y dedicarme a tres magníficos volúmenes, novela
gráfica uno, díptico de viñetas, los otros dos.
Otoño, de Jon
McNaught, recientemente editado por los amigos de Impedimenta con el gusto que
les es propio, es una obra singular. Sin apenas texto, con tan solo un par de
palabras de apariencia casual, en tonos sepia y con una técnica análoga al slow-motion, centrando el foco ya en la
caída de una hoja, ya en las ondas en un charco, ya en un sorbo de una taza de
té, teje la historia aparentemente banal y anodina de un ayudante de cocina en
una residencia de ancianos y de un solitario repartidor de periódicos a la
salida del instituto. El único punto de unión entre ambos es el escenario, el
muy otoñal Dockwood, una pequeña ciudad inglesa. Poco o nada fuera de lo común
ocurre durante la única jornada en la que se desarrolla Otoño: aquí la muerte de la anciana que ocupaba la habitación
número 12, allí el préstamo de un videojuego. Sin embargo, el título de Jon McNaught
cala hondo, pues con su atención al detalle nimio y banal capta una buena
ración de esos momentos de los que se compone cada día y que, a fin de cuentas,
son mayoría en nuestras vidas y se convierte, en consecuencia, en una hermosa
crónica de la cotidianidad.
Más lugar para el humor hay en
el díptico Ellos / Ellas del Sempé de El pequeño Nicolás, con el que asociaré para siempre las tardes de
viernes en la biblioteca escolar. Publicados ambos por Norma Editorial, son una
recopilación de viñetas protagonizadas por hombres y mujeres respectivamente. Un
par de líneas, a lo sumo, al pie de los dibujos de trazo fino, sutil y elegante
que le son propios, le bastan a Sempé para construir historias desternillantes,
como la de una mujer que no ha logrado olvidar a un antiguo amor dado a la
repostería, el payaso desprovisto de autoridad con sus retoños, un botones
enamoradizo o el anfitrión que no sabe lo que se le viene encima; pero también
entrañables como esa pequeña historia del ciclo de la vida, protagonizada por voyeuges en sucesión y presentada a
través de dos ventanas. Sí, las viñetas de Sempé tienen también el encanto de
una cotidianidad un tanto sublimada, es cierto, pero condenadamente hermosa.
Así que Vds. ya saben, lean,
lean y, sobre todo, vean, vean.
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