“Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas;pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas,y de leyendas pasar a victorias.”Ana María Matute, Olvidado rey Gudú
Muy oportuna es esta
cita del Ovidado rey Gudú de Matute
para abrir El silbido del arquero (Contraseña, 2015), pues en la novela de Irene Vallejo, reescritura
-¡ahí es nada!- de la Eneida de
Virgilio, la belleza de la derrota funciona como lema. Troya se mantuvo
inexpugnable durante diez largos años, mas solo a su derrota merced a un
ingenioso engaño se debe su leyenda. Ad
astera per aspera! ¡A las estrellas a través de las penalidades! Tal es el
espíritu propio del género épico en el que se inscribe la Eneida.
Sin embargo, y pese a que
en esta reescritura de los libros iniciales de la Eneida, los ambientados en Cartago, hay lugar para batallas,
clarines, tajos hiperbólicos, y otros ingredientes tan caros al género de las
hazañas de varones, no es esta una novela épica. Como el Eros de su historia,
la autora se adentra en el corazón mismo de Eneas y de Dido -aquí Elisa-, de
Yulo y de Ana, y en una prosa hermosa y poética, preñada de referencias
virgilianas, desarrolla en profundidad el conflicto de cada uno de ellos y
añade al consabido dilema original entre deber público y felicidad personal el
drama del equívoco y la falibilidad. Explora, pues, su humanidad y logra
emocionar en el proceso.
Acierta también la
autora al introducir entre los personajes del drama a un Virgilio que se debate
entre la espada de su integridad artística y personal y la pared de la
obligación contraída con Augusto, quien exige ser glorificado en verso a cambio
de la no expropriación de unos acres. Tan solo chirría un tanto en los pasajes
dedicados al poeta el afán de convertir sus idas y venidas en una clase de
costumbrismo romano, mal endémico de la narrativa histórica.
No hay duda de que no lo
tenía nada fácil Irene Vallejo, pues partía de materiales por todos conocidos
-en un mundo mejor, al menos-, pero por su recreación de la universal historia
de amor fallido entre Eneas y Dido bien merece ser citada, si no junto a
Virgilio, sí junto al David Malouf de Rescate.
Lean, lean...
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