domingo, 29 de marzo de 2015

BRUJARELLA (IBAN BARRENETXEA), EL REY DE LA CASA (MARTA ALTÉS), MI TÍO HARJIR (FERMÍN SOLÍS)



Hace ya algún tiempo que afirmé por aquí mi admiración por el talento de Iban Barrenetxea, que con Bombastica Naturalis, El cuento del carpintero y El único y verdadero rey del bosque, se ha ido descubriendo estos años no solo como un magnífico dibujante e ilustrador, sino como un estupendo cuentista. Sus tramas de corte clásico, su estilo conciso y punzante, irónico, recuerda, les decía, a la mejor tradición inglesa, al mismísimo Roald Dahl. Con Brujarella da el salto Barrenetxea a las ligas mayores y nos presenta una novela protagonizada por una bruja que, angustiada por la pérdida de uno de sus calcetines, termina por solucionar un misterio mucho mayor con la ayuda de una singular cuadrilla: una urraca zampona, un lobo poeta y un pingüino sabiondo, todos los cuales podrían habitar, por cierto, el bosque de su anterior álbum. Hay en Brujarella, ciertamente, rastros de ese ingenio y chispa que antes decía, en forma de prosopopeyas, juegos lingüísticos e ironías pero, en opinión de quien les habla, aun habiendo disfrutado de la lectura de Brujarella, le sientan mejor a su autor las distancias cortas. Pero ustedes lean, lean y recréense con el lápiz de Iban Barrenetxea.


                                  
Una de las cosas que más me gustan de mi pueblo de adopción son los “sobrinos postizos” que allí habitan, hijos de compañeros y amigos con los que paso todas las tardes que puedo, dejándome mangonear, manchar y pintar y a los que me encanta regalar, en español o en inglés, los libros de Marta Altés. Autora de álbumes magníficos como ¡No!, ¡Soy un artista! o Mi nueva casa, que guardo para combatir la segura angustia de futuras mudanzas, publica ahora, de nuevo en Blackie Books, El rey de la casa, con muchas virtudes marca de la casa: alegría, sencillez, capacidad para capturar la esencia de pequeños-grandes momentos cotidianos y emocionar; y todo esto, con unos trazos y unos colores que a quien desde aquí escribe le recuerdan a aquel magnífico e inigualable Richard Scarry con el que tan buenos momentos pasó a comienzos de los ’80 -y que también encanta, por cierto, a mis “sobrinos postizos”-. Así las cosas, entenderán que el único cierre posible para esta reseña es el consabido pero entusiasta ¡lean, lean! y ¡vean, vean!


                                  
Termino por hoy con el descubrimiento de otro dibujante, Fermín Solís, que acaba de publicar en Narval Mi tío Harjir, acerca de un faquir indio que pone sus talentos al servicio de un barrio como el suyo o el mío. Con un trazo elegante y sencillo, que recuerda al del Pequeño Nicolás de Sempé y sirviéndose de unas cuantas rimas, construye una historia entrañable y hermosa, pese a que sus ingredientes sean los tópicos más característicos de la India: faquires, encantamiento de serpientes, elefantes... Da igual. La Literatura y el Arte no lo son en virtud de su adhesión a la corrección política, sino en virtud de su capacidad de emocionar, de un modo u otro, sirviéndose de la Belleza.
Así que, por tercera vez esta tarde, ¡pasen y vean!


No hay comentarios: