En casa siempre hemos
tenido especial debilidad por el “estilo sureño”. No me malinterpreten. Tomamos
partido por Willen Dafoe y Gene Hackman en Arde,
Mississipi y nos horrorizamos ante la violencia burda y brutal del Klan. Me
refiero a que nunca hemos perdido la oportunidad de disfrutar de una buena
historia de familias eternas con rencores enquistados y tías excéntricas que
atenúan el ardiente calor del Mississipi con jarras de té helado y abundantes
porciones de tarta de limón. Ya supondrán Vds. que, dada mi querencia por las
letras estadounidenses, no tardé mucho en descubrir a y disfrutar de Truman
Capote, Harper Lee, y, sobre todo, Eudora Welty. Con Flannery O’Connor tengo,
sin embargo, una relación ambivalente. De hecho, fue leyéndola por vez primera con
veintipocos años cuando comprendí a qué se refería Zadie Smith cuando decía que
los buenos escritores no sólo nos llevaban a la identificación con lo leído,
sino que sacudían nuestra visión del mundo. Me recuerdo leyendo “Una vista del
bosque”, encantada con la entrañable estampa familiar que componían un abuelo y
su nieta, cuando, de repente, sin previo aviso, se desataba la violencia. La
lectura de sus Cuentos completos y de
Sangre Sabia, una de sus novelas, me
demostró posteriormente que la violencia, como la ignorancia y la zafiedad, son
ingredientes fijos en la narrativa de O’Connor. Si resultan tan chocantes es
porque aparecen combinadas con un sentido del humor de lo más peculiar.
Ese sentido del humor es
el que anima las viñetas recopiladas de manera impecable por Nórdica Editorial
para inaugurar su serie Nørdicacómic. Se recogen en este volumen los
linograbados y dibujos que O’Connor realizó durante la Secundaria y su estancia
en la Universidad de Georgia, a finales de los años ’30 y primeros de los ’40,
en plena Gran Depresión y II Guerra Mundial. Los trazos son gruesos y poco
detallados pero las escenas resultan igualmente vívidas y concretas y componen
un irónico y afectuoso retrato de la vida del campus. Parte del enorme atractivo
de este volumen reside también en el ameno, lúcido y esclarecedor ensayo de
Kelly Gerald, en el que se traza un perfil vigoroso y atractivo de la autora, genio
y figura desde su más tierna infancia hasta su muy prematura muerte, aquejada
de lupus: los enfrentamientos con las monjas del colegio, el documental dePathé sobre el pollo al que enseñó a caminar al revés, su afán en coleccionar
cartas de rechazo de consejos editoriales... En fin, el estilo sureño.
Háganse un favor y lean,
vean y disfruten de Flannery O’Connor.
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