Casi al final de esta
lisérgica e inverosímil novela, afirma el Vonnegut personaje-narrador de la historia que la vida
imita al arte, o, al menos, intenta hacerlo y que ese es precisamente uno de
los motivos de la infelicidad humana: expectativas demasiado elevadas. Una se
espera que su vida tenga un planteamiento, un nudo y un desenlace, cierta
lógica interna, y lo único que recibe a cambio es caos.
El Vonnegut personaje-narrador
ofrece, en cambio, una historia caótica, rebosante de locura y violencia, donde
nada es marginal ni secundario y lo mismo se nos habla de la Guerra Civil
Americana, de los genitales masculinos y femeninos, de diversos procesos
fisiológicos, la fórmula de la relatividad o iconografía. Y esto, parece
deducirse como corolario, es la vida.
Por planteamiento inicial
y desarrollo entroncaría, quizá, esta novela con Pynchon o Foster Wallace. El
argumento, un vendedor de coches convencido merced a una novela pulp de ciencia ficción que es el único
ser vivo del planeta dotado de conciencia y libre albedrío, abunda en la misma
línea. Pero donde aquellos se dan -o daban- al exceso verbal, Vonnegut se
mantiene fiel a su estilo parco y sencillo, casi simplón, como las
ilustraciones minimalistas y un tanto burdas pero más que efectivas que planean
por el libro, muchas de las cuales, como el confetti
que por aquí tanto nos gusta, piden a gritos ser estampadas en una camiseta.
1 comentario:
Vonnegut es uno de los autores que tengo pendientes y que me duele más que tener tanto libro pendiente. Creo que no me iniciaré con este, que deduzco de tu comentario me vendría mejor leer después de conocer mejor otras obras del autor y que su estilo me sea más familiar.
besos
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