Aunque no lo hubiera
explicitado en la ponencia que cierra el volumen, que sí lo hace, a Jacobo
Rivero se le nota a distancia su ideario en lo que a periodismo deportivo se
refiere y este pasa por rastrear lo marginal y anecdótico en busca de una
historia que trascienda el mero resultado o la enunciación de un triunfo. El
periodista deportivo, afirma, tiene también su cuota de responsabilidad dentro
de la comunidad, y es tarea suya hacer llegar al público que el deporte, antes
que éxito, es sacrificio y trabajo diario y, por supuesto, diversión. O mejor,
que el triunfo no lo determina necesariamente un título de liga, una medalla o
un récord mundial, sino que, la mayoría de las veces, conseguir llegar a la
cancha para entrenar ya es todo un logro.
No es casualidad, por
supuesto, que Rivero haya compaginado su profesión con la de entrenador de
baloncesto de cantera, lejos del glamour, poses y perversiones varias del
deporte profesional. Y no es casualidad tampoco que haya colaborado con el
programa Informe Robinson de Canal +,
uno de los pocos espacios nacionales -si no el único- dedicados a este tipo de
periodismo, en el que no solo hay espacio para los Gasoles, Calderones, Rickys
y Rudys que en el mundo son, sino también para el empeño en subsistir de un
club femenino como el Canoe, por ejemplo.
Con El ritmo de la cancha, Rivero se mantiene fiel a su ideario y se adhiere
al tipo de periodismo cultivado por el Frank Bascombe de Richard Ford, ese que
se ocupa del jugador fracasado antes que del triunfador. Por eso, cada una de
las breves piezas que componen este volumen resultan interesantes, ya se ocupen
del primer jugador negro de la selección estadounidense de baloncesto, del
Eurobasket celebrado en Egipto bajo los auspicios del megalómano rey Faruq I,
del baloncesto como evasión durante la negra dictadura de Videla, de
heroinómanos y chaperos incapaces de gestionar el éxito deportivo, de cómo la
selección bosnia rompió el cerco de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes,
el compromiso de una joven jugadora con los propios principios por encima de
las presiones de público y compañeras o las dificultades de las jugadoras
palestinas para seguir siéndolo -jugadoras-.
Por eso es una pena también
que en algunas de estas historias no se mantenga el foco en lo marginal y se le
dé una mayor continuidad y, en cambio, se desplace la atención de uno a otro
lugar y al contexto histórico, la mayoría de las veces, de sobra conocido. Y es
una pena porque historias con potencial para ser narradas de manera redonda e
inspirar al lector, terminan por desinflarse justo cuando acababan de despegar.
En cualquier caso,
merece la pena, así que lean, lean...
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