Por
más que la distinción entre fondo y forma resulte de lo más práctico en el
ámbito escolar -¿quién no ha hecho un comentario de texto intentando responder
a las cuestiones “¿qué dice?” y “¿cómo lo dice?”- quien desde aquí les habla
lleva ya unos años convencida, desde que leyó Contra la interpretación de Susan Sontag, para más señas, de que tal
distinción no es del todo real. Según lo veo yo, no solo el estilo sino también
el formato, el continente, condicionan la recepción y la interpretación de lo
leído. No en vano, no son pocas las veces que he visto cómo una anotación
marginal, una mala puntuación o la falta de una cursiva han generado
interpretaciones fallidas sobre el contenido de este o aquel manuscrito
medieval.
Viene
esto a propósito de la preciosa e impecable edición que Páginas de Espuma ha
hecho de El libro de los pequeños
milagros de Juan Jacinto Muñoz Rengel, con guardas volantes de color verde,
a juego con la portada y un par de ilustraciones del interior; con un índice de
lo más prolijo que juega a ser analítico y a presentar el volumen como un texto
de consulta; y con un título y un subtítulo de lo más descriptivos, plasmados
en forma de triángulo invertido que, al margen de la ligereza de este librito,
vienen claramente inspirados por los de aquellos magníficos volúmenes in folio y encuadernados en piel presentes
en las bibliotecas más venerables de los sabios más reputados.
¡Forma,
forma, forma...! protestarán Vds. ¿Y el contenido qué? Y yo les digo que la
forma, amigos míos, encaja a la perfección con esta colección de piezas
presentadas con acierto como bestiario y colección de prodigios, que
trascienden las pocas líneas en que están narrados y enfrentan al lector con un
mundo de realidades subvertidas donde tienen cabida la metaficción, una
insuperable y minimalista historia de la escritura, el terror, las más
irresolubles paradojas, la gran falacia del antropocentrismo, la sátira
teológica, la nostalgia y, no es sorprendente en el autor de la descacharrante El asesino hipocondríaco, la ironía y el
humor.
Es
cierto que, como es habitual en colecciones tan heterogéneas, algunas piezas no
están a la altura del resto -“Razones” resulta de lo más simplón y “Love doll”
parece demasiado inspirada por un chiste leído en Huérfanos de Brooklyn de Jonathan Lethem- pero El libro de los pequeños milagros es una obra singular y original
que, salvando las distancias, hace justicia en espíritu y ejecución a los
Vonnegut o Perucho que la inspiran. Ahí es nada.
Lean,
lean...
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