Dice en su epílogo Álvaro
de la Rica, traductor de este volumen editado por Automática Editorial, que El viajero sobre la tierra de Julien
Green no presenta ningún enigma que resolver, sino “un misterio por definición
irresoluble”. Y es cierto, pese a que en los inicios de esta más que gótica nouvelle se pregunte el benévolo “traductor”
de los documentos que se nos presentan cómo pudo precipitarse al vacío el joven
Daniel O’Donovan en una noche tan clara a finales del s. XIX. ¿Suicidio, muerte
accidental, asesinato?
Tal es la duda con la
que el lector parte para encontrarse bien pronto inmerso en un sencillo pero
eficaz juego de perspectivas y detectar, desde bien pronto, en el joven Daniel
a otro de esos narradores infidentes que en la Literatura son. Daniel, al igual
que lo hacen su tío y su casera en la ciudad universitaria de Fairfax, miente y
oculta información, ya sea consciente o inconscientemente. Lo hace, eso sí, con
la comprensión y hasta el beneplácito del lector, que ¿lo intuye? -¡lo sabe!-
zarandeado por las fuerzas del Bien y del Mal y atormentado por dudas existenciales,
además de por el pánico y la soledad. Así que, aunque una descubre bien pronto
la identidad del misterioso Paul y tiene desde el principio la certeza de que
el trágico final de Daniel era inevitable, sigue adelante hipnotizada por la
oscuridad y lo tenebroso de esta historia ubicada en macabras casas familiares,
neblinosos cementerios, austeras casas de huéspedes... y habitada por iracundos
excombatientes de la Guerra de Secesión, matrimonios que se detestan,
mefistofélicos personajes y sus fáusticas proposiciones. Como en las históricas
más góticas, vaya. Así que Vds. lean Aprovechen la ya tradicional negritud y
oscuridad cantábrica estival y lean.
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