Corre
el año 52 a. C. cuando Clodio, agitador populista, muere asesinado en la Vía
Apia. Todo parece apuntar a Milón, representante de un orden más tradicional y
enemigo acérrimo del difunto, con el que este último se encontró de manera
fortuita, o no, poco antes de su fallecimiento. El caos devora Roma. Mientras
las facciones de Clodio incendian el Foro y claman venganza, Milón se refugia
en el talento de Cicerón, el más grande orador de todos los tiempos, que
compone en su defensa una de las más bellas muestras de oratoria forense. Sin
embargo y por desgracia para Milón, la ejecución en el tribunal no está a la
altura del texto y los asistentes al proceso contemplan, por vez primera, a un
Cicerón balbuceante y dubitativo superado por la situación. Milón es condenado
y desterrado a Marsella. Cicerón, herido en su orgullo, rehace el discurso.
Cuenta el anecdotario clásico que, cuando Milón leyó en Marsella la versión
corregida del Pro Milone, señaló que
de haber sido ese el discurso pronunciado en el juicio, no estaría él entonces
comiendo marisco en Marsella.
Tales
son las circunstancias históricas que Steven Saylor, creador de Gordiano “el
Sabueso”, eligió para ambientar Asesinato
en la Vía Apia, un título más de la serie Roma sub rosa que, créanme, mucho tuvo que ver en que una servidora
acabara ejerciendo esta profesión tan exótica: profesora de latín. En este
título, como en Sangre Romana, El brazo de la justicia o El enigma de Catilina, el célebre
detective, que nada tiene que envidiarle a su “pariente” Marco Didio Falco de
Lindsey Davis, se convierte en protagonista de los acontecimientos más arriba
narrados y, al tiempo que investiga por encargo de la viuda, Clodia, Pompeyo o
Cicerón, compone un relato en primera persona más que entretenido y ayuda a que
el lector, casi sin darse cuenta, se forme una idea cabal y más que ajustada de
la locura que, sin duda, fue el último siglo de la República.
Lean,
lean.
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