Poco se puede decir de
esta novela de Gail Parent que no haya dicho ya Rodrigo Fresán en su prólogo
para la edición de Libros del Asteroide, a cuya lucidez y claridad deberíamos
aspirar todos los reseñistas que por ahí andamos, aunque se le haya escapado en
esta ocasión un “haber” con sujeto: “no habían teléfonos móviles ni redes
sociales...” -¡argh!-.
Sheila Levine es, en
efecto, la antecesora cínica y divertida de la Bridget Jones del Diario homónimo, de la Carrie Bradshaw
de Sexo en Nueva York o, de forma mucho
más evidente, de la Hannah que protagoniza las Girls de Lena Dunham y es, además, heredera de las jóvenes que en Lo mejor de la vida de Rona Jaffe dan lo
mejor de sí mismas como mecanógrafas mientras tratan de cazar un buen partido.
Si me apuran, mutatis mutandis, Sheila
Levine está directamente emparentada con cualquier heroína de Jane Austen. Y lo
que hay que cambiar, por supuesto, son las convenciones sociales. Debe andar
ahora mismo la escritora inglesa revolviéndose en la tumba al pensar que la
relacionan por ahí con una joven judía, suicida, capaz de acostarse con un
negro simplemente para no ser tildada de racista. Podríamos citar aquí a la
remesa de jóvenes de Vassar de El grupo pero
las “ahijadas” de Mary McCarthy parecen estar, en su mayoría, por encima de la
búsqueda desesperada de un marido.
Este último es
precisamente el pathos, la tragedia
de Sheila Levine, condenada a permanecer soltera y sin compromiso, o aun peor,
emparejada a “agua sucia” Norman, en un tiempo en que todas sus amigas,
enemigas y su hermana menor han encontrado marido. El afán de su madre por encontrarle
un chico judío, así como la conspiración mundial que hace del mundo un lugar
hostil para los solteros -comprar una plaza individual en un cementerio puede
ser tan difícil como encontrar un buen apartamento en el Village- deciden a
Sheila Levine a suicidarse cuando llega a la trascendental etapa de la
treintena y la novela es, en realidad, una más que prolija nota de suicidio.
Hemos hablado hasta
ahora de pathos, de tragedia, de
suicidio... pero no deben ustedes llevarse a engaño. Pues, como augura su
título, la de Sheila Levine es, en realidad, una comedia, no solo por el deus ex machina en forma de madre oracular
del final, sino porque Gail Parent nos da carta blanca para reírnos de las
desventuras de su singular heroína. Y la judía, regordeta y no demasiado
talentosa Sheila Levine es rápida e ingeniosa como ella sola, verdaderamente
divertida. Es cierto que, vista en retrospectiva, su necesidad de hallar marido
para ser feliz resulta errónea, anticuada y machista pero que su protagonista
se equivoque y funcione con valores diferentes a los nuestros no merma la calidad
de una novela. O no debería hacerlo. Sheila
Levine está muerta y vive en Nueva York es una comedia notable, así que
ustedes, ya saben. Lean, lean.
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