En un tiempo en que la
literatura infantil y juvenil parece gobernada por la tiranía de lo
políticamente correcto y la moralina gruesa y superficial, una no puede sino
celebrar la publicación en castellano de Matemos
al tío de Rohan O’Grady (1963), que los amigos de Impedimenta han tenido el
acierto de editar con la portada original del tan siniestro como elegante
Edward Gorey. Y es un acierto no solo por la belleza evidente de la
ilustración, sino porque la historia misma a la que precede tiene un toque
perverso y macabro, por más que sus protagonistas, Barnaby y Christie, sean dos
encantadores y traviesos niños rubios recién llegados a una paradisíaca isla
canadiense a pasar el verano. O’Grady pertenece, sin duda, a una época en que
el “buenismo” y los excesos de la pseudo-pedagogía hoy reinante no suponían
amenaza alguna para el planteamiento de un conflicto clásico. Y ello, por
supuesto, redunda en beneficio de esta historia en que dos críos de armas tomar
se enfrentan a la amenaza de muerte encarnada por el siniestro y licantrópico
Tío de Barnaby, así como a la soledad que implica la incomprensión de toda una
comunidad que ve en aquel a un pobre viudo desconsolado. Hay en Matemos al Tío siniestras sesiones de
hipnosis, felinos sin piedad, robos de escopetas, cremación de ositos de peluche
y otros crímenes nefandos. Si a esto añadimos unos personajes singulares y
extravagantes como los que solo ofrecen los pueblos pequeños, humor a raudales
y merendolas dignas de figurar en las cestas de mimbre de los célebres Cinco de Blyton, el resultado no puede
ser más apetecible y jugoso, un título que nadie, niño o adulto, debería perderse.
Lean, lean.
La estancia oscura (The Dark Chamber, 1927) de Leonard Cline
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La estancia oscura a la que alude el título es la desmemoria. O el
sueño reparador. La desconexión necesaria para mantenerse a este lado de la...
Hace 1 semana
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