Dice
un mantra poco compartido hoy día que “somos lo que leemos”. No estoy del todo
segura sobre mi posición sobre tan rotundo y un tanto elitista adagio pero sí
que creo firmemente en su reverso: “leemos lo que somos”. Cuando uno lee,
proyecta necesariamente sobre el texto aquello que ha asumido previamente, bien
para ratificarlo, bien para ponerlo en duda. El caso es que lo proyecta y no
pocas veces en exceso, hasta el punto de forzar el objeto para acomodarlo a lo
que queremos que diga. Buena parte de la crítica universitaria contemporánea se
ha asentado sobre tal práctica, como con tanta crudeza como razón denunció Harold
Bloom en ¿Cómo leer y por qué?
Ratifico
la mayor pero hay que reconocer también que no es fácil escapar a la propia
formación y quizá sea esta última, mi formación en la Facultad de Filología de
la Universidad de Oviedo, la responsable de que haya leído La tercera persona de Álvaro de la Rica en clave estructural. Pero
así invita a hacerlo su mismo título, así como el párrafo seleccionado sabiamente
por los editores de Alfabia para la contraportada. La tercera persona, recuerdo
de mis clases de Lingüística General y Sintaxis latina, es la no-persona,
aquella que no es ni el hablante ni el oyente y, por tanto, debe siempre ser
identificada por el sujeto. En el estructuralismo las cosas se definen por sus
relaciones con las demás y, las más de las veces, de manera privativa. El
fonema /p/ es no sonoro, frente a la /b/, que sí lo es. Y es este único rasgo
el que nos permite distinguir los significantes y, en consecuencia,
significados de ‘pata’ y ‘bata’.
¿Muy
árido para agosto? Puede ser, pero así es como he leído la lírica, profunda y
densa -por todas sus implicaciones- historia de amor y desamor entre Jacob y
Claire. Para Claire, Jacob no es tanto Jacob como alguien que no es su marido,
mientras que ésta es para aquel alguien distinto a su mujer. Nos definimos, se
desprende de este conciso pero vasto relato, por nuestras relaciones con los demás
y, por ello, las más de las veces no hay happy
end que valga y uno acaba enfrentado a un destino cruel o Moira, como Jacob. ¡Ojalá nuestra
felicidad dependiera tan sólo de nosotros mismos! ansiaba la desdichada y
sufrida Elinor de Juicio y Sentimiento
de Jane Austen. Pero una vez más me estoy dejando llevar por “mi circunstancia”,
que diría Ortega, cuando, en realidad, este pequeño volumen se halla más
próximo en tono y ecos -el Antiguo Testamento, la Shoah, Auschwitz...- a la
tradición centroeuropea que a la campiña inglesa. Si algo tiene de anglosajón La tercera persona, es su prosa, precisa
y certera, poco dada al artificio y un regalo para el lector.
En
fin, es tarde y he divagado más de la cuenta, creo. No hagan demasiado caso de
mis disquisiciones teóricas y lean, lean.
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