domingo, 8 de marzo de 2009

ME VOY CON VOSOTROS PARA SIEMPRE (FRED CHAPPELL)

“-¿Recuerdas que te conté la historia de la Ilíada? Bueno, pues Homero no pudo haber sido soldado porque estaba ciego. Por eso llegó a saber tantas cosas. Si hubiera sido soldado, no habría podido contar la historia. Y si el tío Zeno hubiera trabajado alguna vez, si se hubiera relacionado alguna vez con alguien, a lo mejor no podría contar sus historias.”

Recuerdo muy bien cómo contaba mi padre la historia de la Ilíada. Encontró una foto de Betty Grable en una revista y la colocó sobre la repisa de la chimenea junto al reloj dorado de péndulo, y me dijo que Betty Grable era Helena de Troya y que había sido raptada por un guaperas con el pelo engominado llamado Paris. ¿Íbamos a tolerar eso? Claro que no. Y entonces organizamos una batida y navegamos por el mar del color del vino para rescatarla. Y luego se echaba sobre el sofá desfondado para representar a Aquiles retirado en su tienda, furioso por culpa de la hermosa esclava cautiva llamada Briseida. Y me guiñaba el ojo. “Las mujeres siempre causan problemas.” Y el relato terminaba diez minutos después, con mi padre dando tres vueltas a la sala arrastrando un cojín polvoriento que era el cadáver derrotado de Héctor.

Me voy con vosotros para siempre

Fred Chappell

Son muchas las ficciones cuyo motor narrativo es el recuerdo. Y entre ellas existe una amplia tradición versada en la remembranza nostálgica de la infancia como Paraíso perdido. Me voy con vosotros para siempre de Fred Chappell (Libros del Asteroide, 2008) se incardina de pleno en esa tradición, algunos de cuyos hitos son Mark Twain, Eudora Welty, Harper Lee o William Saroyan, por ejemplo. El de los tres primeros, además, es un paraíso sureño y, sobre todo, rural, de campo, escenario mucho más adecuado para las inocentes travesuras de un crío que la peligrosa ciudad.

La novela de Chapell se sitúa en un remoto pueblecito de Carolina del Norte en una época difícil de precisar si no fuera por un par de referencias a la II Guerra Mundial. El único tiempo relevante es el de la infancia de Jess, un tiempo que, como el de casi todas las infancias, parece detenido y regirse tan sólo por las maravillosas rutinas de su vida en la granja con sus padres, su abuela materna, el jonalero Johnson Gibbs y un sinfín de peculiares parientes, cada uno más excéntrico que el anterior.

De hecho, es precisamente el paso de cada uno de esos parientes por la granja lo que estructura la novela, que podría más bien considerarse una sucesión de piezas independientes en las que, eso sí, Jess, su padre y Johnson Gibbs son una presencia constante -o casi-; como en la Boda en el delta de Eudora Welty o los relatos del primer Capote.

Sin embargo, esta agradable novela de Chappell carece de los contrastes de los anteriores. Ni una pizca de crudeza se escapa de sus páginas y hasta episodios dramáticos como el de la partida de Johnson Gibbs o el episodio del anciano borracho que alquila barcas de pesca se resienten de un exceso de lirismo nostálgico acentuado por la indudable belleza de su prosa. Le falta a Me voy con vosotros para siempre un poco de... ¿cómo llamarlo? Nervio, quizás.

Esa relativa falta de energía y de trabazón se compensa, eso sí, con magníficas caracterizaciones y episodios que alcanzan gran altura, como el de “Los narradores de historias” en el que se incluyen los pasajes que abren y cierran esta reseña y que se erige en toda una poética de la ficción que algunos compartimos punto por punto:

“-Ya te tengo. No conozco ni a Willie Hammer ni a Lacey Joe Blackman ni a Setback Williams ni a toda esa gente de la que has hablado, pero da la casualidad de que conozco a Buford Rhodes. Lo contraté una vez para que pintara la casa. Sé dónde vive, en medio de Iron Duff, y me conozco el camino que lleva a su casa. Y eso es lo que voy a hacer, tío Zeno, comprobar tu historia.”

El viejo no se alteró al oír aquello. ¿Por qué iba a alterarse? A nosotros nos daba igual que la historia fuera cierta y al tío Zeno no había nada en esta vida que le importase un pimiento. Pero la idea de que pudiera localizar a Buford Rhodes y hablar con él parecía llenar de jubilosa satisfacción a mi padre.

(ibidem)



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