jueves, 3 de julio de 2008

LOS ESCLAVOS DE LA SOLEDAD (PATRICK HAMILTON) O DE LA OTRA GUERRA

“La guerra, que había empezado imponiendo exigencias dramáticas y drásticas, que había asaltado a la gente con estilo grandilocuente, como un salteador de caminos, había evolucionado hasta transformarse en un ratero de poca monta, que se dedicaba a sisar a todas horas, en todas partes. Uno nunca sabía en qué punto del proceso se encontraba, y no podía mirar a su alrededor sin descubrir que algo más había desaparecido o estaba a punto de desaparecer.”

Los esclavos de la soledad

Patrick Hamilton

Mientras con un nudo en la garganta releo el testimonio tan personal que Primo Levi dio de la Shoah en su Trilogía de Auschwitz, termino también estos días Los esclavos de la soledad de Patrick Hamilton (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2008). Al igual que Si esto es un hombre de Levi, la novela de Hamilton transcurre entre 1943 y 1944, en plena II Guerra Mundial. Ambos textos coinciden, pues, en el momento histórico, que no en el escenario, ni en la experiencia de la guerra que transmiten. Pues los sufridos personajes de Hamilton –que también lo son, y mucho- habitan un anodino pueblecito de las afueras londinenses y sus preocupaciones más habituales no van más allá de los tropezones o caídas que pueda ocasionar el blackout, de los esfuerzos por estirar la margarina durante toda la semana, y, es verdad, de cierto miedo a los bombardeos de la metrópoli, aunque lo peor de la ofensiva alemana sobre Londres aún está por llegar al cierre de la novela.

Sin embargo, el relato de Hamilton poco o nada tiene que ver con el Londres glamouroso de subterráneos refugios antiaéreos, de eficaces agencias de inteligencia, de industriosas enfermeras de la Cruz Roja, de los que la literatura y el cine se han servido durante décadas para terminar forjando en el imaginario colectivo una imagen de la Guerra poco menos que romántica. No, la Guerra de Hamilton se halla casi tan lejos de la de Primo Levi como de la de Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, la de A la caza del amor de la Mitford, la de Graham Greene, o -por qué no, y más recientemente- la de Cuando fuimos huérfanos de Kazuo Ishiguro, Expiación de Ian McEwan o Sin respiro de William Boyd.

No hay rastro alguno de romanticismo ni de heroísmo en Los esclavos de la soledad, que retrata una guerra de resistencia en la que el principal enemigo no son el nazismo ni su barbarie, sino la mezquindad, la ruindad, la crueldad, el egoísmo, la cobardía... de los huéspedes de una vulgar pensión de Thames Lockdon: Rosamund Tea Rooms. A ella ha ido a parar la Señorita Roach, antigua maestra de escuela, próxima a la cuarentena, valiente y honestamente resignada a una más que segura soltería y que, para su desgracia, se ha convertido en el blanco del burlón y despiadado acoso del repugnante señor Thwaites y la intrigante alemana Vicki, así como de los veleidosos devaneos del Teniente Pike.

La magnífica novela de Hamilton no retrata, pues, una Segunda Guerra Mundial al uso, pero sus páginas están preñadas de dolor, crudeza y amargura, los que destilan las sórdidas vidas echadas a perder –quizá no del todo aún- de Los esclavos de la soledad.

2 comentarios:

Olvido dijo...

Hola Ceci, sé que no tiene nada que ver pero he recordado de repente “calle Mayor” de Barden me pregunto si esas sórdidas vidas son producto , al igual que en Calle Mayor de la propia mediocridad de una pequeña ciudad. Son culpables victimas también esos malvados personajes que se ríen de la señorita Roach. Es la guerra la que hace sacar esa mezquindad o son cualidades humanas escondidas que salen a la luz en situaciones cuando todo es posible, cuando todo está al límite.?
Buen día

CEci dijo...

Supongo que un pueblo donde no hay nada mejor que hacer que ir al pub a media tarde y al que la guerra ha arrebatado muchas de sus comodidades no es el mejor escenario posible. Pero la ruindad y la sordidez habitan en realidad dentro del Señor Twaites y de Vicki, que no encuentran mayor diversión que atormentar a la pobre Srta. Roach. La guerra sólo ha exagerado su perversión eliminando casi todas las vías de escape. Pero son ellos y sólo ellos quienes han decidido convertirse en verdugos como otros han elegido la pasividad y otros como el enigmático Señor Preest y la propia Srta. Roach, la resistencia, a su manera. Un abrazo, Olvido